Sentada del 8 de abril de 2010

LA PARCA
Peva
A este personaje todo el mundo le tenemos un miedo de muerte, pero yo diría que morir es una rutina en la vida cotidiana. Es necesario morirse poco a poco para que todos quepamos algún tiempo en este gran mundo. Porque nuestra tierra es muy grande, pero, sin la muerte visitándonos, un día llegaría en que estuviera saturada de personas. Y esto no puede ser. El mundo es un espacio limitado y, por muy redonda que sea la tierra, tiene un cupo para las personas humanas. Yo esto del cupo mundial lo entiendo muy bien cada vez que me acerco al ParqueSur en un día de fiesta. Se pone el centro comercial a tope total de personas. Y estas personas, además, se mueven. Van y vienen por los pasillos en plan ocio y tiempo libre, se han refugiado allí por pasar la tarde más calentitos y en compañía, por no estar solos. Pero son muchas las personas refugiadas en un espacio tan reducido. Si no se muriese nadie llegaríamos a no caber ni en Parque Sur, que aquí estamos llegando al cupo a pesar de la mano que nos echa la parca. Estaríamos todos apelotonados en todas partes y llegaría un momento en que ni tan siquiera tendríamos aire para respirar. Pero es que el aire es tan imprescindible como el agua, pues sin oxígeno y con este estrés de los empujones no deseados caeríamos al suelo fulminados como pajaritos. Por todos estos motivos, habré de concluir que la parca es una amiga, es algo tan natural y tan necesario como nacer, es el equilibrio lógico de la vida. O sea, que lo quieras o no, tienes que dejar espacio para que quepan los que van naciendo, para que vivan sin tener agobios, sin las pesadillas que yo tengo de vivir en una lata de sardinillas picantonas en aceite de oliva cada vez que vuelvo a la residencia desde ParqueSur.
Ahora bien, lo que ocurre con la muerte es que hay personas que estarían mejor vivas. Y otras muchas que se podían morir, aunque sólo fuese de muerte natural.



LA RECOGIDA DE LA ACEITUNA
Victor y adredista 0
Para recoger la aceituna no me sirve la silla eléctrica. Con ella no puedo subir al tractor, que es lo que más me gusta de toda la tarea. En el tractor, mi hermano lleva y trae a toda la cuadrilla. Y allí me meto yo, entre todos. Las tías, cuando van juntas, son muy deslenguadas. A mí, me fríen.
–Jose, ¿cómo te gustan las tías, rubias o tetonas?
–Desnudas, por lo general –contesto yo, pero no me dejan en paz.
–¿Con piercings o con tatuajes?
–Con ganas –se me ocurre decir, que ya no sé qué contestar, y hago reír a todo el tractor.
Hasta mi hermano me ha oído y, del ataque de risa, por poco no se va el tractor a la cuneta. Menos mal que ya estamos llegando.
La cuadrilla se pone a trabajar. Los hatos se dividen y los hombres comienzan el corte sacudiendo y vareando. Las mujeres barren las que cayeron y yo las ayudo como puedo. El ruido es infernal y poco hago, pero disfruto del frío y del campo y de la compañía como nunca.
El Guadalquivir corre bravo, apenas a un kilómetro ladera abajo, repitiendo una y mil veces su camino de plata y sueños. A nuestra espalda, de las torres de la catedral de Úbeda nos llega al olivar, por encima de las máquinas que braman, el sonido de sus campanas. El sol comienza a templar la mañana y anima a los verderones y a los pardales. La cuadrilla avanza y mi silla de ruedas con ellos, rodando sobre la tierra dura a pesar de las irregularidades, que los cojos tenemos que adaptarnos a todas las rampas de la vida.
Oí muchas conversaciones hasta la hora de la comida. Escuchaba sobre todo en el hato de las mujeres, que hablan de todo mientras trabajan, sin levantar la cabeza, lo mismo de hijos que de padres, de médicos que de guardias civiles o de curas, y lo mismo de cine que de precios. La mujeres son muy divertidas en la aceituna. Cuando se juntan dos hombres hablan del trabajo, cuando se juntan tres, de lo que hablan es de mujeres. Pero si son cuatro o más, de lo único que hablan es de fútbol.
Llegó la hora de la comida y me junté a Rocío, una chiquita tímida, una rubia que se escondía del bullicio, pero con un culo que no podía disimular. La madre de Rocío no se fiaba de mí.
–Jose, como le toques el culo a mi hija, te caso con ella.
–No caerá esa breva –contesté yo, y Rocío se puso colorada.
Rocío me sirvió el plato de alubias y me daba pan o vino cuando yo se lo pedía. Rocío siempre estuvo pendiente de mí y yo no perdía detalle de su cuerpo joven. Me tenía subsumido y no escuchaba la bronca que se había montado en la cuadrilla, pues las mujeres y hombres se habían juntado otra vez. Los hombre defendían la caza, habían oído cantar a unas perdices hacia el río y la energía salvaje de su canto los había excitado. Ya pedían la escopeta. Pero las mujeres no pensaban lo mismo.
–La caza es un capricho de los señoritos –decían.
–La caza es el mejor regulador de la diversidad –se defendía mi hermano, citando a Félix Rodríguez de la Fuente.
–Sí, regula los ministros y los jueces que cazan cada fin de semana, no te digo –insistían ellas.
Yo miraba a Rocío, que no decía nada. A mí esta criatura me dejaba mudo.



TERESA FORCADES Y LA LIBERACIÓN EMOCIONAL

José Luis
Es verdad que somos un poco miedosos. Y yo, el primero. Pero hay que superarlo para ser capaces de cosechar los frutos que broten de la calma. Mucho depende de la educación que hemos recibido, es verdad, al menos para intuirlo y aspirar a corregir el rumbo.
Mi amiga Teresa Forcades, doctora de carnet, vacuna contra el virus del terror y predica sobre virus que son casi inofensivos, como quien dice, a “tambor batiente”, pues con calidez africana impone las manos a ritmo selvático y terapéutico cuando aplica las técnicas de liberación emocional. Digo "mi amiga", porque las amigas de mis amigos son mis amigas... eso afirma Gerardo "el tanpequeño" de Tampico, que la conoció; dice que fue a aprender con ella allá donde las águilas se despeinan, abajito de Montserrat.
Teresa dice que si eres presa del miedo, poco se puede amar, que es la otra cosa que predica hasta en Venezuela si es preciso.
Me pregunto cómo se comportará ante la cabeza más visible de la Iglesia, o sea, su jefe máximo, pues mi amiga Teresa Forcades también es monja, y benedictina: si ante él, que escribe sabiendo cómo se escribe lo que escribe, Teresa se mantendrá firme o bajará la cabeza. Hago votos para que se sostenga mientras su prédica valga. O que se demuestre que no lleva razón.
Me pregunto si mi escaso valor podría servirle de apoyo.

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