Sentada del 29 de abril de 2010

LA HIJA DEL MAESTRO
Carmen
Siempre seré la hija del maestro, hasta que me muera. Era muy emocionante ser la hija del maestro por los días del racionamiento, que la miseria se había adueñado del pueblo donde yo nací, Quintana Redonda, y allí mi padre hacía de todo, de maestro, de boticario, de practicante y hasta de colmenero.
Don José, el médico del pueblo, había avisado a algunas vecinas para que le ayudasen con el agua, los trapos y todas esas cosas. Iban a asistir a un parto que no se presentaba nada fácil.
Todos llegaron muy de prisa y entraron en un portal y en una habitación muy humildes, guiados por el marido de la Balbina. Aunque las comadres conocían la casa y se hicieron con la cocina y con los cacharros sin muchos miramientos.
El medico reconocía a la Balbina, acostada en su cama y tapada por unas mantas con más agujeros que lana. Aquello no le gustaba nada y salió a las calle en busca de más ayuda.
–Wenceslao, –gritó a un niño que pasaba, de la escuela– corre y avisa al maestro, que se acerque hasta aquí, al camino de la estación, que está la Balbina de parto, dile que venga deprisa y que traiga todo lo que tenga en el botiquín, todo.
Recuerdo a mi padre recibiendo el recado y saliendo muy preocupado con su maletín de practicante.
–Si no tengo nada –le había dicho a mi madre, al salir.
Cuando llegó mi padre, la Balbina había parido, pero todo se había complicado.
–¡Ay, don Lupi! No sé qué hacer –le informó don José–, la recién nacida no para de llorar y la madre está casi en las últimas.
–En el botiquín apenas tengo nada, sólo me queda una inyección de morfina –contestó mi padre.
No se decidían.
–Probemos con la morfina para la madre.
A la parturiente le sentó muy bien la dosis.
Al fin, la madre resistió y sobrevivió, pero la recién nacida no superó la crisis y murió en apenas unos minutos.
Cuántas veces no le habré oído repetir a mi padre la misma frase que dijo a mi madre en el momento de llegar a casa:
–Salvé a la madre, pero maté a la hija.

LA MULTITUD
Conchi
Aquí en el CAMF, cuando esperamos para comer a la puerta del comedor, hay demasiados que quieren entrar el primero, yo incluida, y nos pegamos para entrar, porque cada cual quiere adelantar al otro para que no se le quede el plato frío. Las cuidadoras gritan –¡Cuidado, que llevas mucha velocidad! Nos chocamos unos con otros y, a veces, hasta nos damos aposta para cobrar alguna deuda pendiente.
Como el otro día me ocurrió con Ramona Álvarez, que me dio un buen golpe en la silla. Pero, mira por donde, la vio mi madre, que la tengo todo el día aquí, haciéndome compañía, y le dijo a la Ramona: –¿Tú qué haces dándole a mi hija en la silla de ruedas? Y la otra se quedó con una cara que no sabía que decir. Desde entonces no me ha vuelto a dar.
Pues ayer una tal Lucía López, que se quiere colar y yo la chillo: –Oye, Lucía, no te cueles, porque me vas a dar en el pie. –Tranquila, tranquila que no te doy, me dice ella, y sale corriendo y me da en el pie una buena hostia. Así un día sí y otro no, porque esta Lucía siempre va a toda velocidad y nunca mira por dónde va, que parece el Correcaminos. Cómo me gustaría a mí ser el Coyote, pero un coyote de verdad, bien cabrón, para ponerle alguna trampa y que dejase de molestarme ya de una vez... Pero el pobre Coyote que soy siempre fallaba, como el otro.
Cuando por fin llego a mi mesa, a veces no me han puesto la fruta, o me ponen un yogur, que estoy de yogures hasta el pelo (por no poner hasta el culo). Y todo, porque la camarera está hablando con otra compañera y no hace ni caso. Tengo que pedirle que me ponga el pan de fibra, que es el que como yo.
Después compruebo que están las pastillas correctas, porque algunas veces ya pasó que una enfermerilla se confunde sin querer y para qué quieres más, puedes terminar en el hospital con un lavado de estómago.
Claudia, la cuidadora, me ayuda a comer, pero a veces me lo da todo tan deprisa que no me da tiempo a tragar y tengo que cerrar la boca para que no me meta una cucharada más, porque, si no, me ahogo.
Cuando termino de comer voy tan tranquila hacia la puerta. pero siempre hay alguien que viene detrás achuchando y metiendo prisa, porque se quieren fumar un cigarrito o necesitan que les cambien el pañal.
Cuando, por fin, consigo salir de entre la multitud vivita y coleando, me voy a mi habitación, que es mi vida privada, a echarme una siesta sin apreturas, sin que me moleste nadie. No, miento, me molesta mi madre, que también está aquí.

VOLVER, DE ALMODÓVAR
Rosa
Esa peli tiene su morbo. Los pueblos viejos es que son así, como se ven en la peli, que entierran a los muertos en la tierra y luego lavan las lápidas de las tumbas bien lavadas, para controlar. Pero no es suficiente, porque los muertos andan siempre por ahí. Es lo que ocurre con la madre de las protas, la rusa, que tenía que estar en su tumba pero no lo está, y tenía que ser un espíritu pero no lo es, con los problemas que dan estas cosas. Y la adolescente de ojos alucinados se defiende del destino y lo derrota matando al símbolo, a Agamenón, sin más tragedias. Y la madre protege a su hija, desapareciendo el cadáver. El mayor morbo es que las dos sean hijas del mismo padre, la hija y la madre, la adolescente alucinada y la Penélope. Y junto al río, la chica sonríe porque el muerto está enterrado en su lugar preferido, una olmeda del Júcar.
La rusa es que me hace mucha gracia, porque tenía que estar muerta y se pasa la peli ayudando a unas y a otras. La rusa tiene mucho que ver con todo lo que ocurre, y a la hija peluquera la tiene medio loca, porque ella cree en los fantasmas, pero la rusa no quiere ser fantasma. Y eso que la enterraron. Pero a Penélope no la engaña, tiene muchas cuentas pendientes con ella y se alegra de tener otra oportunidad para decirle cuatro cosas, sobre todo toda esa historia de los abusos de su padre. Que la rusa nunca se pudo imaginar eso de su marido y dejó indefensa a su hija. Les ocurre a muchas madres. Este mundo del Almodóvar de pueblo es que me gusta.

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