Sentada del 22 de abril de 2010

EL SABOR DE LA VENGANZA
Isa
Cuando hice la primera comunión con ocho años, en la Iglesia de Santa Cecilia del barrio de Santa Rosalía, aquí, en Madrid, que tiene una forma de quesito el caserío, había una niña que se llamaba Maribel y que estaba en mi misma clase de tercero de EGB. Con Maribel me llevaba muy mal. Por su culpa me pegó el director varias veces en la palma de la mano con una regla. El director se mordía la lengua para pegarme con rabia, pero yo le decía que no me estaba haciendo daño. La verdad era que me dolía bastante. Un día, cuando terminó de pegarme, cerró la puerta de la clase dando un portazo, más cabreado que yo.
Se llamaba don José y era calvo y no tenía ni un pelo de tonto. Aunque si tenía bastante mala leche. Su mujer era más buena que él. Se llamaba doña Carolina y tenían una hija rubia que se llamaba igual que ella. Carolina hija hizo la primera comunión conmigo y con Maribel. Era un poco regordeta y muy buena chica. La madre la solía peinar con un moño alto que le sentaba muy bien. Pero ella se teñía de rubio el pelo, que se le quedaba que parecía estropajo.
Don José tenía dos caras, porque igual te pegaba con la regla de madera que luego te veía y te sonreía sin venir a cuento. Su mujer era muy sencilla. En la comunión me dijo que yo era la que iba mejor vestida y la más guapa, incluso me hizo una foto. Llevaba un velo blanco con un gorro también blanco adornado arriba con rosas.
Durante la ceremonia, Maribel me daba codazos la muy estúpida. Y yo la miraba de reojo, muy enfadada y con muy mala leche. Maribel era muy guapa, pero muy antipática. Era rubia, delgada y muy creída. Cuando me pegaba, se le ponían unos morros de celos que la llegaban al suelo.
A mi madre no le gustó nada que me pegase. No le hacía ni pizca de gracia que una la niña me diese codazos delante de todos. Desde la tercera fila de bancos, donde ella estaba, veía todo lo que estaba pasando y veía cómo Maribel me trataba. Yo tenía ocho años, a punto de hacer los nueve.
Cuando terminó la ceremonia, me sentí muy aliviada por irme del lado de Maribel. Pero me tenía que vengar de ella. Estaban regando el césped y, en un descuido, le manché el vestido de barro. Ella empezó a chillar diciendo: Mamá, mamá. Y se echó a llorar. Ahora me tacaba reírme a mí. Jamás volvió a meterse conmigo.
Después de aquel día se terminaron mis problemas con Maribel. Ella ya ni me miraba. Y yo, con mi mejor risa burlona, le decía: ¡Hola, Maribel!, ¡qué limpia vistes! Me miraba de reojo y nunca mas me volvió a dirigir la palabra. Ella se lo pierde.

MINIATURAS X
Iñaki
No estaré
si lo pienso, no estaré
si lo pienso, no estaré,
si lo pienso
no estaré.

No estaré nunca,
no estaré siempre,
no estaré,
en el rincón de mi alma,
en el rincón de mi vida
no estaré.

Camino del silencio,
camino del más allá,
caminos, caminos,
caminos que nadie te explicará.

Tormento somos todos
y atormentados somos pocos,
pero no hay tormento
si las palabras son de consuelo.

No quiero ser blanco ni negro,
soy un humano en el universo
y quiero tener los mismos derechos
que tiene todo el universo.

Me seguiréis queriendo
y me seguiréis olvidando
porque me queréis
y, sin embargo, me olvidáis.

UNA FIESTA O BACANAL (08/02/2010)
Conchi
El pinchadiscos tenía unos pelos largos de muy mala pinta, como todos, que mira que van guarros... los pantalones rotos, la chupa destrozada, hasta los calzoncillos los debía de llevar rotos, aunque no se le veían, con unos agujeros de tres kilómetros y azules, que son los más horteras. También llevaba botas con tachuelas y un mechón de cada color: azul, verde, rojo, naranja.
Carmen estaba sentada esperando a Andrés para bailar. Ella tiene 16 años y él 15 y esta es la música con la que se conocieron y se enamoraron. Pero Andrés estaba bebiendo con Carlos.
–No bebas más, que te va a sentar mal, vamos a sentarnos –le estaba diciendo Carlos a Andrés.
Carmen se estaba hartando de estar sola y, cuando les vio sentarse se cabreó del todo.
–O bailamos o me voy de aquí.
Andrés salió a bailar. Aunque estaba tan mareado que se cayó al suelo y Carmen lo tuvo que levantar tirando del brazo y le arrastró como pudo hasta la pista de baile. Andrés veía doble y no sabía con cual de las dos Cármenes bailar, si con el espejismo o con la buena, que la Carmen de verdad estaba muy buena. Ella, que no había bebido tanto, todavía podía seguir el ritmo de la canción de Madonna que estaba sonando en ese momento.
Como Andrés estaba como estaba, pues tropezaba con todo el mundo.
–Tú, borracho, deja de beber – le decían– o si no te voy a pegar dos hostias.
Así que Carmen terminó por llevárselo a sentar a una silla, para que se le pasase el mareo de la borrachera. Pero con el baile le habían entrado ganas de vomitar y se lo tuvo que llevar al servicio antes de que potara sobre la gente.
De pronto oyeron gritos y la gente comenzó a correr, buscando la salida de emergencia más cercana. Ellos dos no habían visto nada, pero un ñeta le clavó la navaja a un africano, que cayó al suelo sangrando como un cerdo y poniéndolo todo perdido. Y allí quedó tirado en el suelo.
Carmen y Andrés no estaban en mal sitio. Él no podía correr por el mareo, así que se apalancaron allí hasta que dejaran de oír jaleo
Cuando los ñetas se habían ido a tomar por culo, ellos dos salieron del cuarto de baño y se fueron a la calle. El jaleo les había acojonado, así que cogieron el metro y se volvieron para casa, que se habían colado con los carnés falsos.

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