Las ganas

Rosa
Efraín es un cincuentón todavía guaperas, alto, delgado y con algo de pelo. No se puede decir de él que sea un anciano. Se levanta temprano para preparar la comida, como a las tres de la mañana, alguna vez me lo ha comentado, siempre cuidó mucho su alimentación. Y luego se va a Mercamadrid. Cuando vuelve a casa a mediodía, con sueño, ya tiene la mesa preparada y puede dormir la siesta media hora antes de abrir la tienda por la tarde. Todo esto me lo ha contado él mismo alguna vez. Trabaja en la frutería, lejos del barrio donde vive. A las ocho de la mañana ya está en la tienda, descargando la compra del mercado central y colocando el género, que tiene muy buen gusto combinando los colores de las frutas y verduras. Efraín es muy trabajador, me despacha desde hace treinta años, los dos nos hemos hecho mayores así, él a su lado de la báscula y yo al mío, su fruta siempre fue muy buena y bien seleccionada, nunca compré a otro frutero, desde el primer día que vine a este mercado. Y esta ha sido nuestra relación durante todos estos años. Efraín es un comerciante muy agradable, al menos conmigo siempre lo ha sido.
Pues esta mañana he descubierto en su rostro una lágrima que él quería disimular. Me he atrevido a preguntarle qué ocurría, para eso ya da nuestro trato. Pero me ha contestado con malas formas, no como él acostumbra, pues es más paciente que una enfermera. Hacía unos días que faltaba en la tienda y he pensado en alguna desgracia familiar. Le pedí disculpas por mi indiscreción y me hice el propósito de no tomar nota de su mala contestación. Fue cuando se derrotó. Me dijo:
-Me he cansado de vivir y ya no sé lo qué hago en este trabajo -yo intentaba consolarle pero Efraín fue rotundo, parece que lo tiene muy pensado- Cuando uno perdió la ilusión por la vida, también ha perdido la capacidad para cambiar de rumbo. El otro día me quise suicidar. Y creo que lo volveré a intentar, ya no tengo fuerzas para otra cosa.
Me dio las gracias por consolarle, terminó de despacharme, me dio la espalda y se metió en la cámara frigorífica. Me he venido de la frutería muy descorazonada y ahora vivo en la zozobra de no verlo mañana.

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