Los esparracaos

Carmen
Yo he conocido muchísima gente maja, pero del que nunca me olvidaré es de Ricardo, un fisio bajito que conocí en la Clínica del Trabajo, que me aconsejaba con mucha prosopopeya :
–Cásate con los de tu equipo, con los cojos y esparracaos.
Estaba divorciado y de ninguna forma estaba amargado por ello. Decía que se lo pasaba muy bien con los enfermos. Era aficionado a la Astronomía y me paseaba por el Sistema Solar y por los satélites de Júpiter como si fuera su casa.
Me confesó un día que tuvo un niño esparracao, pero que se le murió. Y se le notaba al decirlo un halo de tristeza. Decía, no sé por qué, que empezó a tener líos en el matrimonio cuando su mujer empezó a parecerse a él.
Era rubio, siempre con el pelo corto, y nunca se le vio cabreado ni con mala cara. Tenía mucha paciencia conmigo, cuando comenzaba a gritar por el daño que me hacía al intentarme separar los malditos abductores, esos tendones de las piernas que insertan en la pelvis o yo qué sé, cerca del perineo, y que a los de parálisis se nos cierran muchísimo a veces.
Una vez, menos mal que estaba más delgadita, se esforzó tanto subiéndome en volandas para que viese nevar desde la ventana que se le averió el codo. Ricardo, el Esparracao, como yo terminé llamándole, decía que le gustaba que sus pacientes se enamorasen de él, que era lo más eficaz una terapia amorosa para los pacientes. Pero también me decía, y no le faltaba algo de razón, que yo no andaba porque no tenía o no le echaba cojones. El amor y los cojones eran partes fundamentales de su método terapéutico.
Trataba, al tiempo que a mí, a otra chica que se llamaba Sofía Santander. Y decía que entre Soria y Santander estaba dejando su juventud. También asistió al ex de una compañera de aquí, a Ramón Balaguer, que estudió conmigo en APAM. El Esparracao me lo ponía de ejemplo. Decía que Ramón andaba porque se lo había propuesto, que se había propuesto andar por encima de todo, o sea, por cojones.

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