Sentada del 7 de enero de 2010











RICARDO
Iñaki






Un año de amistad,
amistad hecha de palabras
bien dichas
a un micrófono cargado
de esperanza,
a un micrófono confiado
a nosotros
por ti
para llenar el universo
de las buenas palabras
de la buena gente,
un año de amistad:
de sobra motivo
para brindar en Añonuevo
con nuestro amigo
Ricardo Corazón de Leganés


LA HISTORIA
HeavyMetal
Que mal lo va a pasar estas Navidades mi hermano. Más sólo que yo, se va a enterar lo que es esto.
Nadie lo sabe, pero el día que volaron a Carrero Blanco, tenía una cita.
Después de misa no se iba a pasar por su palacete de presidencia en la Castellana.
Ese tipo si que subió, pero no a la luna, sino al sol.
El día de la Lotería de 1973, cuando le pusieron la bomba, después de la misa tenía una cita con mi tío en Manzanares el Real.
El astronauta le había encargado una escultura a mi tío.
Mi tío era escultor y fue profesor emérito en Bellas Artes.
Todo esto me lo ha contado mi tía, todavía no estaba enferma.
No deja de ser curioso que yo tuviese el accidente en el 72, que salimos volando toda la familia, y a Carrero Blanco le volasen el coche en el 73.
Yo llevaba un año en coma porque mi coche había volado con toda la familia dentro por un olivar.
Carrero voló con su coche y no paró hasta el sol, o sea, el infierno. No quiso resucitar como hice yo. Menos mal.
Mi tío dice que el Almirante subió al cielo sin pasar por el purgatorio, pero yo he preguntado y allí no está.
Mi tía también me cuenta que por aquellos días habló Franco y que lloraba. ¡Y cómo lloraba ese hipócrita! Mi tía es muy franquista.
O sea, que por poco Carrero no tiene otra estatua. Y hecha por mi tío.
Pero no fue a la cita.


CON UN INDIO EN LA CAMISETA
Fonso
Llegaba de un pueblo tranquilo, Alcuéscar, donde lo único que pasa son las vacas por delante de la residencia. Leganés me recordó el barrio de las Mil Viviendas, en Alicante, el único lugar del mundo donde una banda juvenil me puso en apuros, o sea, que me limpió los bolsillos. El CAMF donde yo me había instalado está en el Carrascal, y el barrio estaba de verbena la noche de mi llegada. Me aventuré a salir a dar una vuelta con mi silla eléctrica, a pesar de la oscuridad de sus calles.
El ambiente en el baile parecía relajado, sin embargo. Salvo una pelea a botellazos entre bandas juveniles en un solar sin construir de la Avenida Juancarlosprimero y demasiados coches de la pasma, no vi otras señales de violencia en el camino y me fui tranquilizando. Me metí entre el público que bailaba a las órdenes de la banda que ocupaba el escenario, pero justo en ese momento comenzó mi pesadilla.
Un tipo calvo, las gafas de miope que no ocultaban su mirada inquisidora, y vestido con una camiseta negra estampada con la cabeza de un jefe indio, apuesto a que era Jerónimo, y con unos pantalones de pintor color amarillo, un verdadero adefesio que no me quitaba ojo. Tanto me repasaba el tipo aquel que comencé a inquietarme. Las sandalias las llevaba rotas y muy sucias, se ve que usaba los pies para caminar, si no, para huir.
No quería volverme a la residencia tan pronto, apenas después de llegar. Pero estaba solo, aunque en medio de una multitud que, si bien no parecía hostil, tampoco se me ocurriría pedirle ayuda. Comencé a moverme calzada adelante para alejarme del calvo. El trafico estaba cortado en la avenida para dar paso al baile. Cual no sería mi sorpresa que, al cabo de cincuenta metros de porfavores y arremetidas con mi silla eléctrica, acariciando los tobillos de todos los bailarines, más atentos a la banda que a mis demandas, al final del túnel me encuentro de cara con el calvo y su indio otra vez.
Ya no había duda, me estaba siguiendo. Tendría que hacerle frente.
–¿Qué le pasa a tu indio? ¿Se aburre en el baile?, le dije yo, desafiante. No necesitó más provocaciones el calvo para iniciar su interrogatorio: –¿De dónde has salido tú?, fue lo primero que me preguntó, descarado. Había conseguido meterme el miedo en el cuerpo. Como poco, aquel tipo era un poli de incógnito en busca del tironero del baile. Repasé mentalmente los bajos de mi silla, intentando recordar todo lo que allí llevaba ahora mismo. Nada, por cierto. –Vengo del CAMF de la Avda. Alemania y no he venido solo, contesté después de mucho pensarlo, por si le intimidaba. –Precisamente, mañana te busco en la residencia, tenemos que hablar. Y me dio la espalda e inició la retirada.
¿Iba a ser eso todo? No podía terminar así el incidente. De pronto, se dio la vuelta, sacó su mano derecha del bolso del pantalón, se señaló el pecho, o sea, el indio, y gritó: –Yo me llamo Andrés, ¿cómo te llamas tú? –Alfonso, contesté yo con la voz entrecortada, presa del pánico. Y salí huyendo de la verbena como alma que lleva el diablo. No pude dormir en toda la noche, el incidente me tenía intrigado.
A la mañana siguiente, sobre las diez, se desveló el misterio: el calvo del indio me quería para esto, para escribir estos cuentos canallas. Y llevo haciéndolo diez años.

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