Sentada del 14 de enero de 2010

ODIO LOS BABYS A MUERTE
Conchi
Nunca me han gustado los babys y, encima, rosa de cuadros menos. A mí me causaba un trauma de pequeña, yo no comprendía por aquel entonces por qué teníamos que llevar baby al colegio, pero era obligatorio: todos los niños llevaban baby. Los niños lo llevaban azul de cuadros y las niñas rosa. Yo en cuanto podía me lo quitaba, era superior a mis fuerzas. Le pedía a mi compañera Ana Gema que me desatara de atrás, porque estaba abotonado y yo no podía, y lo guardaba en la mochila.
La mayoría de las profesoras (pues en mi colegio nunca hubo profesores) hacían la vista gorda y no decían nada, pero Alicia, la de matemáticas, era otro cantar, con ella no me atrevía a quitarme el baby. Bastante tenía con aguantar sus capones todos los días porque no me entraban las matemáticas. De vez en cuando, porque me tenía manía, me echaba de clase y llamaba a mi madre para informarla. Yo aprovechaba para irme a jugar al dominó con Patricio y Donato, los conserjes, que me enseñaron a decir mis primeros tacos. Por supuesto, no empezábamos a jugar hasta que no conseguía quitarme el baby.
En el comedor yo seguía en mis trece de no ponerme el baby y, como consecuencia, todos los días llegaba a casa con restos de comida en la ropa. Por aquel entonces no me daba cuenta de lo que mi madre tenía que lavar.
Había otra profesora por la tarde que se llamaba Argimira con la que sí me llevaba bien. Y estudiaba más con Argimira que con Alicia. Me explicaba mejor las lecciones y para mí esa profesora de las tardes era una maravilla. Me daba Lenguaje y ni ella me tenía manía ni yo a ella. Me decía “aprende, que el día de mañana verás”. Con esa sí que iba a clase, no faltaba ni una tarde, porque me gustaba como enseñaba. No como Alicia.
Un día, se me hincharon las narices y también me quité el baby en clase de matemáticas, porque ya estaba harta de los capones que me propinaba doña Alicia. En cuanto me vio se puso a gritarme “¿Por qué te quitas el baby?, no sé qué y no sé cuantos”, y me castigó de rodillas y con los brazos en cruz durante toda una hora. Me puso de cara a la pared y de espaldas a la clase, así que yo tenía que volver la cabeza para ver cuando ella no estaba mirando y bajar los brazos sigilosamente para descansar un rato. La primera vez que los bajé, Luis Alfonso, el pelota de la clase, empezó a señalarme y a gritar “Doña Alicia, doña Alicia, que Cristina ha bajado los brazos”. Y doña Alicia, vino corriendo y me dio un pellizco en el brazo que me dejó un moratón que me duró una semana. En cuanto se dio la vuelta, clavé mis ojos en Pelotilla con una mirada asesina y me pasé el dedo pulgar por la garganta dejándole claro lo que le iba a pasar si volvía a chivarse. Después, cada vez que volvía a bajar los brazos, Pelotilla se ponía a sudar y seguro que alguna vez hasta se hizo pis en los pantalones. Pero la amenaza no me sirvió de nada, porque aunque ya no había chivatazos, doña Alicia acababa enterándose, parecía que tenía ojos en el culo. Era automático, yo bajaba los brazos y ella me pegaba un tirón de pelo. Hasta que me harté y la tiré de los pelos a ella. Y cuando reaccioné yo ella se quedó callada como una puta. Nunca se creyó que yo fuese a tener esa reacción y no volvió a ponerme las manos encima aunque me viese sin baby.
Y no me lo volví a poner... hasta que entré en un quirófano. Ahora cada vez que opero me toca ponerme la bata verde, y cuando la enfermera me la abrocha por detrás me acuerdo de Ana Gema y las peleas con mi baby rosa. Pero ahora salvo la vida a la gente, así que no me importa ponerme una bata verde.










EL SOL
Victor




El sol me da vida y me da hambre.
Yo, al sol, no me deprimiría,
me deprimen las sombras,
el techo sobre mi cabeza,
la soledad de mi silla de ruedas,
los monstruos que crean las sombras,
los monstruos que crea mi tristeza
alejado del sol, de su calor,
no me deprime el sol,
el amanecer,
no me deprime la vida,
me deprime la muerte,
me deprimen la soledad y la tristeza,
me deprimen las sombras,
los pasillos en sombras de mi vida,
si continúo vivo es por el sol
y por mis amigos,
por Gabriel.



EL MANDÓN
Peva
¿Cómo llamar a esa persona que sólo sabe mandar, o sea, a un mandón? Hay personas que han nacido para mandar y se les nota un huevo. En cambio, otras nacen para ser mandadas y la cosa se compensa. Aunque no estoy segura de que estas últimas nacieran exactamente para obedecer. Más bien parece que no tienen más remedio que someterse al mandón. Luego está el grupo de las personas que pasan de todo y van siempre a su puta bola. Yo me encuentro en este corralito, pero cuidado, porque lo único que no soporto es que me manden o pretendan llevarme por el camino que no quiero. Lo cierto es que a los mandones se les ve el plumero enseguida, al primer vistazo. El mando les pone una cara de pasa que no se puede disimular ni con estiramientos. La cara se les va haciendo torva y fea de tanto joder al prójimo. Un mandón te persigue, no ya por toda la casa, que las mujeres sabéis de lo que hablo cuando digo por toda la casa, sino también por la calle y por tu tiempo libre, hasta las cosas más íntimas te las desbarata con tal de mermarte la moral, para hacer de ti un simple pajarito que come o se ahoga en sus manos. Esto es para mí un mandón, un comecocos que espiritualmente no vale un pimiento. El primero que sabe de su propia poquedad es el mandón y es por eso que utiliza el mando para sentirse realizado. Si los observáis bien, todos son iguales, unos pobres diablos carentes de personalidad. Los mandones nacen para mandar y no se curarán nunca. El problema es cómo nos curaremos nosotros, sus víctimas, de esta plaga de los mandones. Anda que no me estoy despachando a gusto, pero es lo que pienso, aunque me corto en dar nombres. Pero lo podría hacer, sólo necesito que me cabreéis un poco más.

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