Odio los babys a muerte

Conchi
Nunca me han gustado los babys y, encima, rosa de cuadros menos. A mí me causaba un trauma de pequeña, yo no comprendía por aquel entonces por qué teníamos que llevar baby al colegio, pero era obligatorio: todos los niños llevaban baby. Los niños lo llevaban azul de cuadros y las niñas rosa. Yo en cuanto podía me lo quitaba, era superior a mis fuerzas. Le pedía a mi compañera Ana Gema que me desatara de atrás, porque estaba abotonado y yo no podía, y lo guardaba en la mochila.
La mayoría de las profesoras (pues en mi colegio nunca hubo profesores) hacían la vista gorda y no decían nada, pero Alicia, la de matemáticas, era otro cantar, con ella no me atrevía a quitarme el baby. Bastante tenía con aguantar sus capones todos los días porque no me entraban las matemáticas. De vez en cuando, porque me tenía manía, me echaba de clase y llamaba a mi madre para informarla. Yo aprovechaba para irme a jugar al dominó con Patricio y Donato, los conserjes, que me enseñaron a decir mis primeros tacos. Por supuesto, no empezábamos a jugar hasta que no conseguía quitarme el baby.
En el comedor yo seguía en mis trece de no ponerme el baby y, como consecuencia, todos los días llegaba a casa con restos de comida en la ropa. Por aquel entonces no me daba cuenta de lo que mi madre tenía que lavar.
Había otra profesora por la tarde que se llamaba Argimira con la que sí me llevaba bien. Y estudiaba más con Argimira que con Alicia. Me explicaba mejor las lecciones y para mí esa profesora de las tardes era una maravilla. Me daba Lenguaje y ni ella me tenía manía ni yo a ella. Me decía “aprende, que el día de mañana verás”. Con esa sí que iba a clase, no faltaba ni una tarde, porque me gustaba como enseñaba. No como Alicia.
Un día, se me hincharon las narices y también me quité el baby en clase de matemáticas, porque ya estaba harta de los capones que me propinaba doña Alicia. En cuanto me vio se puso a gritarme “¿Por qué te quitas el baby?, no sé qué y no sé cuantos”, y me castigó de rodillas y con los brazos en cruz durante toda una hora. Me puso de cara a la pared y de espaldas a la clase, así que yo tenía que volver la cabeza para ver cuando ella no estaba mirando y bajar los brazos sigilosamente para descansar un rato. La primera vez que los bajé, Luis Alfonso, el pelota de la clase, empezó a señalarme y a gritar “Doña Alicia, doña Alicia, que Cristina ha bajado los brazos”. Y doña Alicia, vino corriendo y me dio un pellizco en el brazo que me dejó un moratón que me duró una semana. En cuanto se dio la vuelta, clavé mis ojos en Pelotilla con una mirada asesina y me pasé el dedo pulgar por la garganta dejándole claro lo que le iba a pasar si volvía a chivarse. Después, cada vez que volvía a bajar los brazos, Pelotilla se ponía a sudar y seguro que alguna vez hasta se hizo pis en los pantalones. Pero la amenaza no me sirvió de nada, porque aunque ya no había chivatazos, doña Alicia acababa enterándose, parecía que tenía ojos en el culo. Era automático, yo bajaba los brazos y ella me pegaba un tirón de pelo. Hasta que me harté y la tiré de los pelos a ella. Y cuando reaccioné yo ella se quedó callada como una puta. Nunca se creyó que yo fuese a tener esa reacción y no volvió a ponerme las manos encima aunque me viese sin baby.
Y no me lo volví a poner... hasta que entré en un quirófano. Ahora cada vez que opero me toca ponerme la bata verde, y cuando la enfermera me la abrocha por detrás me acuerdo de Ana Gema y las peleas con mi baby rosa. Pero ahora salvo la vida a la gente, así que no me importa ponerme una bata verde.

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