Flamenco

Víctor
Manolo había ido creciendo por los alrededores del teatro de Mérida. El flamenco fue siempre su oxígeno y los turistas eran su público, de momento. Solía cantar en la acera del restaurante Castúo, a la entrada del museo de Moneo. Él mismo se acompañaba de la guitarra para echar sus cantes. Los clientes le pedían cantar por palos festivos, la bulería, los tangos, pero a él lo que le gustaba era cantar la soleá, el martinete y por ahí. Hace un mes que cumplía catorce años y por eso se acuerda que fue ese mismo día. Una turista de Burgos, de Salas de los Infantes, que venía en una excursión del IMSERSO, se chivó a los picoletos de Manolo, diciendo que le había robado el bolso del tirón. Lo único cierto del caso de la turista de Burgos es que su bolso, efectivamente, había aparecido debajo de la silla donde cantaba Manolo, a la puerta del Cantúo, pero el chico no sabía nada, aunque se imaginaba quién lo habría puesto allí, que no había tantos envidiosos entre sus colegas. Manolillo lleva desde aquel día recluido en un centro tutelado de menores. Y no puede cantar, esta prohibido. Allí dentro está prohibido hacer nada, hasta hacer el bien. Le quitaron la guitarra y no tiene ni lápices de colores ni nada. El único arte que hay en aquel lugar es la música que ponen los pájaros. Y a Manolillo se le ocurrió pedirle a su maama un MP4 con flamenco. Fue entonces cuando sus educadores, se llaman así, hay que llamarlos así y tratarlos de usted, se enteraron de que a Manuel le gustaba el flamenco. Como es lógico, las únicas grabaciones que le permiten en el MP4 son las de Camilo Sexto y, si acaso, Paloma San Basilio y por ahí. Ni a Melendi le dejan tener. –Si con el flamenco tironeabas bolsos, a lo mejor con Camilo Sexto te regeneras. Manolillo está ya desesperado después de este primer mes. –Mi maama me tenía que haber grabado a Camilo Sexto, así los boquis me hubieran puesto flamenco. Manolillo ya está pensando en fugarse y hacerse atracador, es lo único que le inspira esta música de mierda.