O sea, que no

Peva
Al contrario del ser humano más corriente, yo no me asusto de estar sola. Hay veces que hasta busco estar sola, porque tengo comprobado que la soledad también es muy productiva, tanto al menos como la compañía, aunque la gente no lo vea así. Yo, sin ir mas lejos, escribo mucho mejor en la soledad de estas cuatro paredes que hacen mi cuarto. Aprovecho la soledad para estar más en la intimidad con mi mejor amiga, o sea, con la escritura. Hasta me salen las ideas más plásticas y escribo mas suelta.
Claro está que mi soledad es muy bonita porque yo la busco. Es muy diferente estar sola porque quieres a estar sola porque no encuentras a nadie que quiera compartir su tiempo y su cuerpo, o lo que quiera de su cuerpo, palabras, miradas, fluidos, contigo. Yo, ahora mismo, las doce horas del lunes, podría estar en el cuarto de al lado compartiendo mesa y boli con mis compañeros del Taller de Escritura, pero he elegido venirme a la habitación y estar sola para proteger estos pensamientos que estoy escribiendo del barullo del grupo, que es divertido a veces, pero que a mi me descentra. Lo que estoy haciendo ¡quizás¡ sea una autentica mierdecilla –que ya me extrañaría, pues escribo yo– pero no podría echarle la culpa a nadie de ello, sería mi mierda hecha en la intimidad.
Ya sé que mi vida transcurre entre mis pensamientos y mis rincones, llenos de palabras por decir. Pero son palabras mías, que tampoco es para contárselas al primero que pasa, en ese momento en que la soledad te oprime hasta sentirte asfixiada. Vas y abres la puerta, es un decir, y se lo cuentas todo al primer ser humano que te encuentras en el pasillo. ¿Pero qué es lo que suele pasar? Que lo primero que te encuentras siempre es a un cuidador que no hacía nada pero que tiene prisa y que te pregunta, no precisamente ¿cómo te encuentras?, sino: ¡qué quieres! –le faltó añadir ¡¡¡pesado!!!, o ¡plasta! directamente. Y, claro está, después de esto echas a rodar tu silla de ruedas y no paras hasta llegar a la Cubierta por lo menos, o sea, a la plaza de toros, que suele estar en las afueras de todos los sitios. La verdad, para escuchar esa pregunta tan inteligente, ¡qué quieres!, pues lo más saludable fue pasar olímpicamente de compañías insulsas y largarte rodando a la calle. Sola, por supuesto.
Hay veces, en cambio, que este afán mío de buscar la soledad me hace dudar. Y desconfío y me pregunto si no será que a mis años me estoy haciendo AUTISTA. Pero no, no creo, porque cuando me junto con la gente que no me interesa gran cosa hablo de las mismas gilipolleces que todo el mundo. O sea, que no.

No hay comentarios: