Te presento a un amigo

Adredista 1
La vida en aquel pequeño pueblo asturiano seguía igual, el muerto no era importante. Cuando a Miguel, alias Melito, pobre de solemnidad por haber perdido la guerra y pordiosero por obligación, pues jamás creyó en ningún dios y mucho menos en el que centelleaba en los ojos de la gente a la que pedía, cuando a Melito, digo, se le ocurrió morirse, lo hizo como todos los muertos, a destiempo. No doblaron las campanas como días antes por D. Silvestre. El cura puso el entierro a las cuatro de la tarde, y sin tocar la campana, que nadie le amistaba a Melito y, además, nunca se confesó. Hubo que buscar a cuatro personas para que cargaran con la caja y al monaguillo lo llevó tirándole de una oreja. Eran siete, con el muerto. Justo al arrancar hacia el cementerio, y a contrapié, se añade al extraño duelo un hombre bajito, de mediana edad. Trae el bolsillo izquierdo del pantalón lleno de calderilla y cada pocos pasos pone unos céntimos de peseta encima de la caja. El cura para la comitiva, murmura un latinajo intraducible y un padrenuestro del que se oyen sólo las primeras palabras, salpica a Melito con agua bendita y Melito no protesta a pesar de no gustarle de nunca el agua. Y el cura sigue con su faena: Vamos. Y el hombre bajito sigue con su faena, cargando céntimos sobre Miguel. Ya es casi de noche y todavía no han llegado a la tumba. El hombre bajito se queda sin calderilla, pero está contento: su amigo Miguel está siendo enterrado como un rico, incluso más rico que D. Silvestre.
(El hombre bajito se llamaba Antonio. Para el autor de esta crónica fue siempre Don Antonio. Para el resto de los mortales fue D. Marcial Lafuente Estefanía.
Espero que con esta pequeña pincelada de su vida crezca en vuestra memoria la figura de un grandísimo hombre bajito
).

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