Dos palomas

Isa
Cuando dos palomas se arrullan están seduciéndose. El palomo tendrá que esperar. Es la paloma la que decide y, cuando ocurre, entonces sí, entonces comienza el apareamiento, apasionadamente, gozando dulcemente. Llegan al clímax jadeando muy fuerte, hasta que se cansan pasado un tiempo, sobre todo el palomo, que tiene que agitar sus alas en el acto. Después de estos cortejos, la paloma pone tres huevos. Al menos, la pareja de que hablo siempre pone tres huevos. Con ayuda de su palomo, que dio calor al nido cuando su compañera salía a comer, la paloma los ha incubado y de esos huevos salen tres pichones con muchas ganas de vivir y de volar. Ahora comienza el trabajo de los padres, es la hora de la verdad. Tienen que dar de comer a los hijos. Buscan y buscan semillas y gusanos, que los pichones han nacido con mucho apetito y escandalizan como unos condenados, piando y piando. Han crecido las plumas. De pronto, una mañana los pichones se tiran del nido y, oh milagro, planean y planean como una cometa de colores. Y como la cometa que yo he sido, vuelan tan alto que se emborrachan de cielo. No sólo los he visto yo. También los ve el cazador que, sin piedad, dispara su escopeta. Los perdigones se abren y uno alcanza al pichón más hermoso, al hijo más querido. Sus padres también han contemplado la tragedia y vuelan, como sus hermanos, en socorro de si hijo herido, que cae del cielo como una cometa rota. Todo es rojo, un cielo rojo, una luna roja, una pluma roja: un pichón ha muerto. Los padres han llegado ante el cadáver de su hijo y recuerdan cómo incubaron su huevo. Era pequeño como el de una codorniz, y recuerdan cómo los dos, contentos, le cebaban al pico con granos y gusanos. Su hijo piaba hambriento y ellos traían viajes y viajes de buches para que se alimentase y creciese y creciese. Cómo abría el pico este condenado. Y lloran los padres recordando el cortejo y lloran los hermanos recordando el nido. Y, mientras, el cazador observa. Está cargando de nuevo la escopeta.

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