Un inútil

Conchi
Paqui estaba limpiando al hámster y se descuidó. Dejó la puesta abierta un momento y el ratón se escapó sigilosamente. Paqui llamaba Jefazo a su hámster y empezó a buscarlo por toda la casa. Primero miró por la cocina y luego por todas las habitaciones, pero el Jefazo había desaparecido. Salió al corral y miró entre las plantas que crecían cerca de la puerta. Tampoco allí encontró a Jefazo. Paqui tenía un gran disgusto, pero Jefazo estaba en la gloria. Su olfato le había llevado hasta el territorio de una ratona que no estaba lejos. La ratona se quedó prendada de Jefazo, tan elegante, tan gordo, tan culto, tan ojazos. En un pispas se quedó preñada la Churri, que así llamaba Jefazo a su novia. Churri parió muy pronto, mucho antes de lo que él hubiera deseado, y Jefazo tuvo que ponerse a trabajar. Como nunca lo había hecho, se colocó en un quiosco de la ONCE, recogiendo los cupones que encontraba tirados en el suelo, el ciego no le veía. La mala suerte hizo que el alguacil, como ocurre con todos los alguaciles, prohibiera al ciego tirar los cupones al suelo, con lo cual la familia de Jefazo se quedó sin sustento. Se lo dijo a los demás ratones, que le contestaron que se buscara la vida y no fuera tan inútil. Ocurrió que el alguacil prohibió también tirar todos los desperdicios a la calle, con lo cual otras muchas familias de ratones supieron lo que era el hambre. Los más avispados empezaron a visitar los cubos de la basura, pero llegaba el camión y se los llevaba al basurero y las familias se dividían con esta emigración, si los aventureros no morían antes aplastados con las cuchillas. Peligraba la colonia, y de qué manera. Fue cuando Jefazo, a pesar de no haber sido ayudado cuando se quedó sin provisiones su familia, informó a la asamblea de ratones que su antigua ama Paqui tenía una despensa bien surtida, y sin gato. Entre tanto, el alguacil ya había sembrado el pueblo de matarratas. La colonia de ratones se salvó de milagro, gracias a Jefazo y su Churri, refugiándose en el escondite debajo de la despensa de Paqui, a donde ellos dos les habían guiado a todos. Y allí comían de todo, pero aprendieron a hacerlo con moderación para no levantar sospechas. Es la virtud que ha permitido a los ratones sobrevivir hasta la fecha.

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