Sentada del 20 de agosto de 2009

ENTRE HERMANOS
Laura y adredista 1
Juan y Zacarías eran hermanos muy bien avenidos desde pequeños. De mayores siguieron viviendo en su mismo pueblo. Como labradores, cultivaban las tierras de su padre, que era al mismo tiempo padre y patrón.
Mientras el padre vivió todo fue bien. Pero cuando el padre falleció, ¿qué ocurrió?
Algo más que la alegría de vivir se rompió entre ellos. Es verdad que por fin se sintieron propietarios y, por eso mismo, decidieron repartirse las tierras a partes iguales.
Pero, viendo que una vez divididas, una parte tenía agua y la otra no, no consiguieron ponerse de acuerdo.
Se pelearon y acudieron a pleitos con abogados. Después de varios juicios y mucho tiempo sin mirarse, se encontraron en la ruina, pues lo poco que sacaban de las tierras, su capital, se lo llevaban los abogados. Se quedaron sin nada.
(¡Ay que duro se lo estoy poniendo! ¡Qué cruel soy!–palabras de la autora al llegar a este punto de relato)
Continuaron mucho tiempo de pelea, en la pobreza, y nunca llegaron a la conclusión de que más vale ser hermanos felices que propietarios en pleitos.
(Terminaré el relato –vuelve a tomar la palabra la autora, entristecida– diciendo que la propiedad privada es un obstáculo para ser feliz, que impide incluso a veces disfrutar de tu propio hermano)


LA CANCIÓN
Conchi
“Eres una chica fina, de pelo largo y taconazos, que hace volver la cabeza a la gente, a las mujeres porque no se pueden creer que haya otra más guapa que ellas, a los hombres porque les llama la atención semejante cuerpazo, el tuyo, diferente a todos”, esta es la canción que me gustaría escuchar. “Tu culo tiene tanta luz que me deslumbra”, “Tus tetas son el mechero para mi cigarro”, esto me gustaría oír a todas horas de boca de los albañiles y de los camioneros y de los motoristas. Bueno, los motoristas son gente más especial. Ellos saben tratar a las mujeres despampanantes y me dirían al oído, “Tía, ¿te subes a mi moto?” Yo nunca me he sabido resistir a una moto: “Hasta donde quieras, tío, tengo el día libre”. Pero lo que más me gustaría sería la envidia de las mujeres, su mirada de recelo, que parece que ya te lo has hecho con su marido y era la primera vez que te veían. Que me odien profundamente en su corazón sería mi mayor placer, que me odien todas las mujeres, como odio yo, ahora mismo, a todas esas guapas de revista que me comen el tarro con sus ropitas y sus polvitos, a mí y a todos los tíos, que no sé si follarán, pero mira que acompañan a camioneros cuando se hacen pajas.


LEER
Rosa
Yo vivo aquí, sobre esta silla de ruedas, y me gusta mucho leer. Viajo con los libros, lo hago desde niña, me aficioné en la librería de mi padre. Los últimos libros me los ha traído una prima mía. El médico, Pasión india, y otro más sobre historia de culturas precolombinas cuyo título no recuerdo, incas, mayas, aztecas y por ahí. Carmen Soria me dejó hace poco una biografía de Gandhi que me gustó mucho. Porque me gustó me acuerdo. Mi habitación está llena de libros, esa es la verdad.
He disfrutado especialmente leyendo Pasión india. Porque mira que es raro que un marajá de Kapurtala, que tenía cuatro esposas, se vaya a obnubilar con los ojazos de una chica andaluza en un frontón de Madrid y con ella se case y tenga un hijo. Las cuatro esposas del marajá tampoco se lo podían creer y terminaron celosísimas porque el marajá no dejaba a la andaluza ni a sol ni a sombra y a ellas las tenía recluidas en un lugar muy apartado. Y con la andaluza viajaba por las capitales y los palacios del mundo, París, Londres, Nueva York, Madrid. Esta historia me ha dejado de una pieza. No sabía que unos ojos malagueños hubieran mirado tan lejos.
He leído el libro con mucha avidez. Al ir entrando en materia era el no va más. Cuando el marajá casa a su primogénito y la andaluza se encarga de organizarlo todo, ceremonia, recepción, etc., mientras las otras cuatro esposas tienen que conformarse con atender a la novia y vestirla, yo es que lo flipo, no me lo podía creer.
No sé explicarme bien esto que me ocurre con la lectura, pero leyendo las vidas de otros se transforma todo mi cuerpo, hasta el extremo de suplantar a los protagonistas o, al menos, de vivir sus emociones. Ha sido un disfrute este viaje a la India con el marajá y la malagueña. Me he identificado con ella hasta el extremo de parecerme mentira haber estado viviendo esa vida.

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