Sentada del 9 de julio de 2009

MARCO ANTONIO
Cipri
Me he acordado de Marco Antonio porque estos días se habla mucho de moteros que se matan en la carretera. Marco Antonio hace mucho que se mató, pero no me olvido de él. En la carretera de El Arahal, camino de Sevilla, se metió debajo de un camión, fue su último derrape.
Cuando recuerdo a Marco Antonio me acuerdo también de su hija Paula. Fue su única hija y nació con síndrome de Down.
Mi Marco Antonio no se casó con Cleopatra, sino con Toñi. Era el hermano más guapo de mi mejor amiga, Paqui Mateos, y se hizo fotógrafo en un estudio que había montado su padre para sacarse un dinerillo que añadir al sueldo de cartero, en Osuna. Marco Antonio se ganaba bien la vida haciendo reportajes para revistas, pero no era un señorito.
Sin embargo, cuando Toñi y él decidieron casarse, se fueron a Sevilla y lo hicieron a lo grande, en el Cristo de los Gitanos y en carroza, con un tiro de ocho caballos y sus correspondientes palafreneros. Tenían amigos que sí eran terratenientes y señoritos, y ellos les dejaron los caballos. La novia estaba de impresión con su minifalda turquesa, otro capricho, y Marco Antonio con traje campero.
Su hermana Paqui y yo, con quince años las dos, nos vestíamos por primera vez de tiros largos, son los vestidos que mejor recuerdo de toda la boda, ella de falda azul y blusa blanca, y yo con vestido salmón suave. Sobre todo recuerdo los pisotones en los bajos a cada dos pasos. Menos mal que las dos llevábamos manoletinas, que éramos muy crías para calzar taconazos. Pero qué problemón eso de caminar con semejantes largos.
Todo el pueblo esperaba a los novios en la Plaza de España, pues la celebración iba a ser en el casino. También era el primer baile a lo grande de Paqui y yo. Marco Antonio nos protegía y nos decía que estábamos muy guapas, pero la verdad es que estábamos un poco pingüinas las dos.
Toñi es una mujer muy fuerte. Y ha demostrado estar muy preparada para enfrentar estas malditas sorpresa que te da la vida. Al quedarse viuda, se ocupó de su hija con mucho cariño y la ha sacado adelante. No la derrotaron las contrariedades. Hace mucho que no la veo, sé poco de ella últimamente, pero la niña y ella están bien. Marco Antonio todavía les hace algunas fotos a las dos, para recordarlas en sus soledades de por ahí, ya sin la moto.







MINIATURAS 3
Iñaki




Lienzo que acaricias al pincel
para que mueva su melena
con buen pulso y trazo firme
e invente las siluetas de las sombras
de tu imaginación,
lienzo que curtes sus colores.



LUCERO
Isa
Lucero era un caballo de pelo blanco, y hermosísimo. Pero no le cuidaban bien y estaba muy triste.
La niña que lo montaba, que era su dueña y se encargaba de que estuviese bien atendido, se había ido a un colegio, interna.
Lucero había quedado en manos de un cuidador que no le hacía ningún caso. Un día intentó montarlo y Lucero lo tiró. El cuidador se enfadó tanto que casi no le daba de comer.
La niña se había ido al colegio porque necesitaba de silla de ruedas para vivir y aquel colegio era especial para niños como ella. La niña se sentía sola sin su caballo, y Lucero también la echaba de menos.
Una noche, Lucero, muerto de hambre, se escapó de la cuadra y estuvo paciendo por los campos hasta el amanecer.
Cabalgó y cabalgó, y así llegó hasta el colegio donde estaba su dueña, por la que sentía un gran amor.
La niña, al ver al caballo allí, en la huerta de su colegio, casi echa a correr de la impresión. Empujó la silla hasta llegar a su lado y, con mucho esfuerzo, después de acariciar mucho a Lucero en el hocico y en la frente, se agarró firme a las crines y consiguió montar con la ayuda de su amigo, que sabía ayudarla a escalar a su grupa.
¡Qué alegría cabalgar sobre Lucero ! Qué distinta esta sensación de la frialdad de su silla de ruedas. ¡Corre, Lucero, corre más!, gritaba la niña entusiasmada.

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