Sentada del 25 de junio de 2009

UNOS PRIMOS
Isabel Cruz
Érase una vez un búho llamado Albano. Este búho era bueno, pero tenía un primo que se llamaba Basilio y era malísimo. Basilio era tan malo que hasta tenía dientes y colmillos (cosa muy rara en un búho, que tuviera dientes y colmillos, pero peores cosas se han visto). Con los colmillos, Basilio mordía a cualquiera que se cruzase en su camino, o sea, en su vuelo, hombre o mujer, chupando su sangre hasta dejarles descoloridos completamente.
Un día, a Albano, al búho bueno, se le ocurrió ponerle una trampa al primo Basilio. Le daba vergüenza tener un primo así y, como sabía en qué frigorífico guardaba Basilio la sangre que chupaba por ahí, los excedentes, cogió los frascos, tiró todo su contenido por el váter y los rellenó de zumo de tomate, un alimento que ponía enfermo al primo. Basilio se tomó un trago de aquella pócima un día y comenzó a dolerle el estómago de una manera tremenda. Pero no se paró ahí la cosa, hubo efectos secundarios: todos los muertos que había matado comenzaron a resucitar dentro de sus venas y lo desgarraban y se llevaron todos sus dientes e incluso un ojo y una parte muy considerable del otro. Más de medio tuerto y con un solo colmillo –sus víctimas se lo habían dejado de recuerdo– a Basilio se le quitaron las ganas de hacer el vampiro y, furioso, se quitó la capa roja y negra y la tiró a la chimenea, donde ardió chisporroteando.
Pero Basilio es un hortera en cuerpo y alma a pesar de todo y comenzó a salir con gafas negras a volar y a vestirse como un rockero, un verdadero payaso, y mascaba chicle y los globos le manchaban el pico, un asco. Hasta se cambió de nombre para ser bueno y ahora se hace llamar el Chirri y ayuda a los niños y a las viejas a atravesar la calle, un tipo verdaderamente ridículo.



LA MIERDA
Conchi
El modelo GT4 falla. Todo apunta a la pieza de la distribución, que se ha cambiado para este coche. La jefa de Carlos está cabreada. Es la responsable del proyecto y está en dificultades, los jefazos de la Peugeot la están señalando. El GT4 se comenzó a vender hace un año y están llegando demasiadas reclamaciones. Esa maldita pieza no ha resistido la prueba de la circulación. Mercedes Minois está desbordada, le gustaría tirarse de los pelos. Como no puede, quien lo paga son los pelos de Carlos. Más que los pelos, los nervios. Mercedes Minois da unos portazos de susto, molesta a toda la oficina, se descascarilla el yeso de las paredes y hasta se ha fundido una lámpara halógena. Carlos no soporta estos malos modos, esta prepotencia. En el próximo portazo, Carlos se ha levantado de su silla y ha abandonado el puesto de trabajo. Cuando Mercedes Minois llama a su secretario, Carlos no está allí para recibir la llamada. Pregunta por los despachos, pero nadie sabe dar razón. La jefa lo necesita y lo llama al móvil inmediatamente. Se lo encuentra en la consulta de la Mutua, ha ido a pedir algún calmante pues dice estar de los nervios. –Eso es nuevo, tú eres un hombre tranquilo –se asombra la jefa. –La tranquilidad es un tonel de mierda que, cuando se llena, apesta. –¿Y qué lo ha colmado? –Sus portazos, señora, sus portazos. Mercedes Minois se queda pensativa. Ordena a Carlos que vuelva inmediatamente a su puesto de trabajo y, una vez allí, lo llama otra vez a su despacho. –Me están responsabilizando de los fallos del modelo GT4, es lo que me tiene preocupada –confiesa al secretario. –Lo imaginaba, el marrón es considerable, pero usted no es la responsable, recuerde el informe 23/04; en él rechazaba usted expresamente esa pieza que ahora falla y se la impuso el consejo en la reunión del 12 del nueve del 04, aún allí con sus protestas, consta en las actas. –¿Y cómo lo he podido olvidar? –Muy sencillo, señora, porque han pasado cinco años desde que se aprobara el maldito proyecto y porque vive usted desbordada, el trabajo y la vida la desbordan y eso también apesta. Carlos volvió a su despacho y Mercedes se quedó reflexionando. “Este chico está infrautilizado”, pensó. Carlos recuerda como algo extraño el jodido día aquel, era la primera vez que enseñaba los dientes a un jefazo y se había ganado su respeto.

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