Sentada del 15 de enero de 2009

UNA MILLONARIA
Mercedes
La señora era supermillonaria y todos la conocían por doña Rosa. Vivía en una gran mansión, pero estaba muy sola, no tenía a nadie. Era generosa con la gente, criados sobre todo, pero la señora no tenía a nadie que la quisiera. Su amplio jardín, tan bonito, siempre estaba vacío.
Muy cerca de esta mansión vivía Belén, una adolescente muy pobre. Vivía en una chabola muy humilde, y apenas tenía para calentarse y comer. Pero no vivía sola, estaba viviendo con su abuela Paca. La abuela Paca ya era mayor, pero tenía que trabajar mucho para poder sobrevivir ella y su nieta. Recogía cartones y otros objetos, y así podían comer las dos y Belén continuaba sus estudios.
Un día Belén se le ofreció a doña Rosa para recoger las hojas caídas en el césped de la mansión. En los días buenos del otoño, mientras hubo hojas que recoger en el jardín, Belén las recogía y después paseaba con la señora largos ratos por el jardín. Mientras estaba por allí Belén, doña Rosa no se sentía tan sola.
Pero llego el invierno y con él la Navidad blanca. Aquellos días nevó mucho y hacia bastante frío. La abuela Paca había sido previsora y había amontonado junto a la pared de la chabola muchas tablas y cartones, cubriéndolo todo con unos plásticos para que se mantuvieran secos. Había subido también a la sierra unos pocos días para recoger piñones, castañas y bellotas. Sabía que su nieta necesitaría de estos frutos para no pasar hambre. Belén tampoco tenía mucha ropa. Y de abrigo, la justa. La abuela se pasó varias noches, mientras la niña dormía, tejiendo una bufanda para ella con sus manos ya ajadas.
Abuela y nieta se querían mucho y por eso eran muy felices. La abuela Paca, en la Nochebuena, como si fuera un regalo de Papá Noel, le regaló a Belén la bufanda que ella misma había tejido.
Y mientras ellas se hacían compañía y se reían las novedades, doña Rosa cenaba sola en su gran mansión, frente a una mesa enorme, llena nada más que de exquisitos manjares, sin cariño, sin amor.
El día de los inocentes, por la mañana, Belén observó que el jardín de doña Rosa estaba muy sucio de nieve y ramas secas. Y se pasó a limpiarlo, estaba de vacaciones y tenía tiempo. Doña Rosa, al verla, le confesó a Belén que estaba muy sola y que sola había pasado la Nochebuena y que sola pasaría la Nochevieja. –La riqueza no me sirve para comprar cariño, le confesó. –Esto tiene arreglo, doña Rosa, prometió la niña Belén.
Y habló con su abuela y la abuela Paca invitó a doña Rosa a cenar con ellas en Nochevieja. Y así pudieron tomar las uvas las tres juntas y Doña Rosa comenzó el nuevo año con otro ánimo. Había cenado y tomado las uvas en una chabola, pero había estado acompañada por estas dos mujeres buenas y generosas, que habían compartido con ella todo lo que tenían. Qué poco se necesita para ser feliz, pensaba ahora doña Rosa, de vuelta a su mansión.



PADRE NUESTRO
HaevyMetal
Padre nuestro, que estás desaparecido y nos tienes olvidados, leches, maldita sea tu voluntad.
Solo te acuerdas de los ricos. A ellos los sientas a tu derecha y a Gabriel López lo martirizas.
Porque nos tienes abandonados, sobre todo a los diferentes.
Baja de tu trono de una puñetera vez, pues aquí solo hay violencia.
El Pan Nuestro de cada día son las guerras y las hambres, que tus protegidos sólo saben que robar a los pobres o matarlos.
La tierra santa está en guerra y Jesucristo se toca las pelotas.
Y luego están las violaciones, que lo único que sobra por aquí son cabrones.
Y a mí me tienes olvidado, como a todos los desgraciados.
Mándame una mujer que me haga compañía eternamente, si quieres que vuelva a creer en ti.
Que el sexo también es religión, coño. Amen.



SÍMBOLO DE PUREZA
Carmen
El cura de aquella residencia de Ávila era un viejales bajito y sorderas, más bien bonachón, pero maniático donde los haya. Muy pintoresco, el padre Armando. Como el director de la residencia era un meapilas, psicólogo y profe de curas y militares, aparte de otros muchos cargos, pues había que ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar. Los toros sentados le llamábamos el “pichicólogo”, pues se decía también experto en relaciones sexuales. El padre Armando advertía a menudo: –A mí habladme alto, que estoy un poco teniente. Pues resulta que llegó el día de la Inmaculada y, como es sabido, en esta fiesta tocaba vestir al cura con la casulla blanca para decir la misa. Algo había ocurrido para que esta casulla estuviese sucia, impresentable. Creo que una monja había derramado el vino sobre ella, algo así. Hubo que vestir al P. Armando con una improvisada casulla verde. Pobre vejete, se sentía cometiendo el mayor sacrilegio, vestido de verde el día grande de la virgen. Jamás en mi vida he oído tantos lamentos, jamás he vuelto a ver una cara tan consternada. Empezó su homilía por el símbolo, o sea, que el símbolo no era puro, o sea, que el blanco estaba sucio, que la casulla blanca estaba sucia, una tragedia, el símbolo de la pureza de María hecho un asco. Y, claro, al no haber símbolo, ¿como explicar la pureza? Porque la pureza no es verde, nada que ver. Verde es el Espíritu Santo, decía, pero la virgen es blanca. Así terminaba sus argumentos, la pureza es blanca, como 25 veces en media hora repitió lo mismo, cada vez con más lamento y pena, ¡qué plomazo! Al terminar la ceremonia le regalamos unas medallas de plata, y la ofrenda pareció calmarle un poco. Decía –Gústame, gústame esto, gústame mucho esto. Pero, una vez limpio el cáliz, cuando se recogía para quitarse los ornamentos en la sacristía, al pie del altar y por si no había quedado bastante diáfano el asunto en su aburridísimo sermón, volvió a sacar el tema. –Claro, ¿cómo vas a explicar la pureza si falta el símbolo? –decía moviendo la camocha con pesadumbre. Ni la novia más cursi del mundo sufre tanto por una mancha en el vestido el día de la boda como lloró aquella funesta mañana el P. Armando. Claro que el símbolo es mucho símbolo. Y tanto, P. Armando, como que, sin símbolo, no habría siquiera religión. Sin dios puede haber religión, pero no sin símbolo. De risa fue la misa.

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