Sentada del 16 de octubre de 2008

LA NIÑA MALA
Peva
A aquella niña se le veían las intenciones perversas que fue adquiriendo a lo largo, y también a lo ancho, de su corta y desvergonzada vida. Porque, hay que reconocerlo, desde que tuvo uso de razón todos los pensamientos de esta niña eran pensamientos malvados, impropios de una niña de su edad. Los que la conocíamos, no veíamos ninguna razón lógica para que fuese un monstruo. Porque eso es lo que era la jodida niña, un verdadero monstruo, sólo le faltaba haber nacido con dos cabezas. Pero no, su cabeza era como todas y la llevaba sobre los hombros. Tenia unos grandes ojos la mar de expresivos, que daban a su cara una inocencia que no pegaba nada, pero es que nada, con su forma de comportarse, en plan víbora, y tan mala que parecía una persona mayor. Su vida, por supuesto, era todo lo satisfactoria que puede desear una niña de su edad. La suerte la había envuelto con sus manos mas cálidas y había recibido grandes muestras de amor. Pero su mente no procesaba como lo hace cualquier niña normal. Parecía cosa de genes, pero en un estadio muy profundo, de herencia rectiliana. Nadie se explica cómo un ser humano pudo llegar a ser tan sumamente malo y precoz. Lo que a su edad es lo normal, jugar a crecer y a ser mujer con las muñecas, a esta niña le parecían cosas estúpidas y una pérdida de tiempo. No tenía ningún motivo para ser tan mala, la vida había sido generosa con ella, ya digo, y casi estaba obligada a ser una niña feliz. Pero todas las niñas malas tienen su lado bueno, y esta niña vivía en un estado de continuo descontento. Sus padres le daban todos los caprichos. Cosa que pedía la niña, cosa que al día siguiente entraba por su ventana envuelto en el papel mas bonito que vieran sus ojos. Y de esta manera no se puede ser feliz. Porque la niña del cuento, esta niña mía, para que no le faltase de nada, hasta tenía un hada. ¡Y así nadie puede ser feliz! Su hada, además, era el hada buena. La niña le pedía cualquier gilipollez al hada y, como era su hada, también se lo conseguía. Y claro, con un hada para ti sola, ¡quién no tiene caprichos! A la niña se le ocurría de todo. Y un buen día, un día de esos en que tienes toda la mente en blanco, pues para tener la mente en blanco necesitas mucha concentración, ese día pensó en cometer alguna travesura gorda, que diera qué hablar, una travesura para recordar en sus ratos de aburrimiento y tedio, para contar a los hijos y que estos exclamasen: ¡joder, mi madre me ganaba! ¿Y qué pasó? Que la niña del cuento, esta niña mía, la mala, ni siquiera sabía lo que es ser una mala pécora. Ella era una consentida de la vida, en el fondo, y no se le ocurría ninguna fechoría digna de tal nombre, una de las muchas que ocurren en el mundo y que no se inventa nadie, que ocurren porque tienen que ocurrir, porque hay mucho desgraciado con mil motivos para ser malos, y que lo son. La niña comprendió entonces que sin motivo no se puede ser malo. Su inquietud la impulsaba a llamar la atención, pero en el fondo lo que buscaba era un azote, que sus padres estuvieran pendientes de ella y la castigaran. Echaba de menos la furia del castigo en sus frágiles carnes, alguna tristeza. Fue en aquel instante cuando se le ocurrió romperse su mejor vestido antes de la fiesta, un momento antes, para que no hubiera tiempo de comprar otro para aquel fiestorro tan cursi en el cual iba a encontrarse con su hada madrina, camuflada entre los invitados al guateque con el único fin de que la cría fuera feliz. Y como no había vestido, pues no hubo fiesta ni hubo más nunca un hada en su vida. Nuestra niña mala, comprobadas las complicaciones de ser mala, desistió de su empeño. Llevaba una vidorra putamadre, y además sin comerlo ni beberlo, por la cara. En este punto de sus reflexiones, a la niña mala se le vio el plumero. Ella, ¡precisamente, ella!, no tenía ningún motivo, ni aparente ni nada de nada, para ser la niña mala. Una niña feliz no puede ser una niña mala por mucho que se lo trabaje. Y, además, le daba mucha pereza buscar chuchos por ahí o correr detrás de cualquier minino pulgoso, para sacarles las vísceras. Vamos, que no se veía. La niña mala, en el fondo, no era más que otra burguesita. Se dejó de gilipolleces, se hizo una niña de lo mas normal y la niña mala se fue desdibujando.


DEMASIADO TARDE
Conchi
A mi madre se la llevó Virginia al Severo Ochoa. La acercó con el coche a las 11:30 de la mañana. Cuando ella quiso avisarme, a las 13:30, ya era demasiado tarde. Llamó al CAMF para que yo no me presentara en el hospital. Le dijo a la recepcionista: "Dile a la loca de mi hija que no se le ocurra moverse del centro, que me está viendo el traumatólogo, haciéndome una radiografía en el pie y ahora voy, que me torcí el tobillo al salir de casa esta mañana".
A las 12:30 yo le había pedido a Gerardo el móvil, que se estaba cargando, porque veía que mi madre no venía. En casa nadie cogía el teléfono y yo no pude aguantar más. Así fue que, a las 13:15 llamé a la hermana de mi padre, con la que no me llevo nada bien, y le dije que a mi madre le había pasado algo, que preguntase en el Severo Ochoa. Mi tía llamó al hospital, le dijeron que estaba en urgencias y allí que se presentó con sus tres hijos –Pablo, Alberto y Miguel Ángel. Mi madre salía cuando ellos entraban, pero no se vieron. Y al poco llegó por fin mi madre al centro, no eran todavía las 14:30.
Cuando mi tía y los primos, enterados del alta de mi madre, vinieron hasta aquí, Pablo, que es maquinista de la RENFE y tenía que irse a trabajar enseguida, por poco me descarrila. "La próxima vez, llamas cuando estés segura de que tu madre está muerta", decía. Y todo ocurrió porque mi tía me había notado angustiada al llamar. "¿Y cómo hay que estar, cuando te falla tu madre?", me defendía yo. Tengo que reconocer que mi madre nunca me ha fallado.


EVOLUCIÓN
MaryMar
Los humanos venimos del mono y por eso que nos duelen las manos. Por lo menos, a mí. Tanto hablar de cerebro y tonterías, y sólo tenemos las manos para todo. Y las orejas, que por eso nos duelen también, y por supuesto, las piernas. ¿A dónde iríamos sin piernas ? O sea, sin las ruedas de la silla. A los cojos también nos duelen las piernas, y esta es la paradoja, pero tenemos la ventaja de las ruedas, que son las que nos llevan a ParqueSur, y esas sí que no nos duelen. Del mono hemos heredado más cosas que las manos o las orejas o las piernas. También hemos heredado de ellos las caídas de los árboles. ¿Cómo, si no, aprenderíamos lo que sabemos si no nos diéramos esas trompadas que nos damos ? Los pecados de la cabeza son los más corrientes entre nosotros. Casi todas las guerras, por ejemplo, tienen ahí su origen. La ambición y la avaricia son una maldición para los que serán bombardeados, lo mismo que la soberbia y el orgullo hacen que huyan los amigos. Otra herencia del mono es el despioje. Los humanos esto lo hacemos con entusiasmo y alegría. Vale decir que yo misma he ayudado a escribir a muchos compañeros, aunque ahora mismo ya no puedo escribir y otros me ayudan. Pero he quitado muchos más piojos. Hasta he ayudado a lavarse los dientes a muchos que ya no podían apretar el tubo del dentífrico. ¿Qué ha ocurrido ? Pues que me he cambiado de centro hace poco y me quedé sin amigos. Hoy por hoy, aquí en el CAMF de Leganés soy como la mona en el zoo, vivo en una jaula y nadie me quita los piojos, de momento. ¿Quedó claro que los humanos venimos del mono ?

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