Sentada del 18 de septiembre de 2008

¿Incapacidad? La del sistema
Volvíamos juntos de la mani, desde Atocha, en el tren, los mismos tres cojos que habíamos ido, con dos asistentes que empujaban nuestras sillas. “¿Incapacidad? La del sistema”, gritaba uno de nosotros en la plataforma y todos nos reíamos a carcajadas. “¿Incapacidad? La del sistema”, el que gritaba ahora estaba en el lado contrario, junto a la puerta del lavabo maloliente, pero las carcajadas volvieron a ser unánimes. No habíamos bebido, tres horas de mani y apenas un poco de agua. Y durante la cena en La Ochava, que el Brillante no está adaptado, apenas una cocacola, un rioja, una caña, y así. Y no somos críos, que la edad castiga más todavía nuestros cuerpos que nuestro ánimo. Pero decididamente “¿Incapacidad? La del sistema” había sido la consigna de la tarde en una mani convocada con el objeto de hacer visible en las calles de Madrid al muy numeroso y muy original colectivo de la diversidad funcional. Había convocado el Foro de Vida Independiente, que cada día concreta más y mejor su deseo de realidad, y nosotros tres íbamos a la mani desde Leganés, desde el CAMF. “¿Incapacidad? La del sistema”, se oían en todo el vagón nuestras voces y nuestras carcajadas. Hasta que un tipo preguntó: –¿La incapacidad del sistema, os referís a los políticos? No era el tipo más despistado del vagón, os puedo asegurar. –Tío, lo tuyo se parece mucho al pensamiento de barra, tío, contestó uno de nosotros. –Tío, piensa un poco más que Arturo Pérez Reverte, tío, que tú no bebes, tío, contestó otro. –Tío, que el sistema eres tú también, tío, como hacienda, tío. –Que pensar no te raya, tío, que lo que raya es la tele. Siempre pasa cuando nos dan conversación, que se lo decimos todo muy educadamente, pero todo. Y hoy, con muchas risas, o sea, a carcajadas. “¿Incapacidad? La del sistema”, ahora el tipo también se reía con nosotros, comenzaba a entender la consigna. Al llegar a GetafeCentro, que los trenes de Leganés no están adaptados a nuestras sillas, nos habíamos reído tanto que los tres nos estábamos meando. El aseo del tren estaba inutilizado y en la estación no existen los servicios adaptados. Traíamos una botella de agua y nuestros asistentes nos ayudaron a mear en la botella de plástico, a los tres. Para haber escandalizado a alguien, eso sí "del sistema". Meamos al grito de “¿Incapacidad? La del sistema”, y continuamos riéndonos, que la risa es un anestésico infalible del dolor, por las endorfinas que libera en el torrente sanguíneo.



MI PRINCIPITO
Carmen
Hace ya algunos años cogí la arriesgada manía de jugar a las máquina tragaperras. Por suerte, lo dejé. Me di cuenta de que no tenía reflejos para dar a la tecla con suficiente rapidez, y lo dejé. En fin, volvía entre dos luces una tarde del bar donde practicaba estas malas mañas con mi caballo rodante. Ya anochecía y se me apareció la más bella visión de ángeles que podría imaginar. Por sorpresa se puso al lado de mi silla de ruedas un niñito de unos 3 o 4 añitos, rubio, con ropita marinera y ojitos vivarachos, entre azules y grises, que deslumbrarían al mas hermoso de los topacios.
–¿Te llevo? –inquirió con la voz de campanilla mas dulce que pueda imaginarse.
–No, hijo, –contesté– esta silla va sola.
Un pitufo de medio palmo queriendo empujar una silla de 200kg.
–Tengo una hermana que está como tú, impactada...
No entendí bien y pregunté a mi vez.
–¿Qué me dices?¿Es vecina tuya?
Tampoco mi dulce visión me entendía y llevé la charla por otros derroteros.
–Noel, me llamo Noel –respondió al fin con su voz más musical.
No podía llamarse de otro modo, era como un regalo de Navidad.
–¿Y tú, cómo te llamas? –me preguntó.
–Yo soy Mari Carmen –respondí– ¿Cuántos añitos tienes?
–Cuatro –y los señaló con su menuda manita– ¿Me das un beso, Mari Carmen?
–Por supuesto –y nos besamos sonoramente en los dos carrillos.
–Adios, Mari Carmen –dijo de pronto, alzando la mano.
Y volvía a quedarme sola en mitad de la calle.
Oh, querido principito, debí comerte a besos. ¡¡¡No sabes cuanto te echo de menos!!! Nunca podré olvidar tu dulzura mágica. Eras un niño de carne y hueso, pero fuiste para mí como un sueño. ¡¡¡Cuántos besos te daría!!!


EL VIAJE
MariGloria
Llevaban días hablando de su viaje. Esta vez, decían, iban a estar fuera de casa más tiempo, pues el padre disponía de una semana más. Ella veía el movimiento típico que precede a un viaje: maletas abiertas, pilas de ropa que la madre había ido seleccionando, toallas de colores que eran colocadas en una gran bolsa playera junto con los bañadores de las niñas… Ella salía de la habitación tras los pasos de la madre, con la esperanza de oír una palabra que la confirmara que también en esa ocasión contaban con ella.
Recordaba con nostalgia el año anterior. Se había mareado un poco durante el viaje, a pesar de la pastilla que había tomado antes de salir, pero el resultado final había compensado ampliamente esas molestias. La casa de la playa había colmado sus expectativas. Disponía de un pequeño jardín donde una podía jugar y descansar placidamente al sol como a ella le gustaba. Enseguida se familiarizó con la casa. Los muebles eran sencillos pero cómodos. Recordaba con placer las largas siestas en el sofá con el murmullo de la tele de fondo, mientras las hermanas mayores recogían la mesa tras la comida.
Hubo tan solo un día de aciago recuerdo. Había visto la puerta abierta y llena de curiosidad decidió salir a explorar la zona. Anduvo errante a lo largo de la calle con los ojos muy abiertos siguiendo a la multitud, que bulliciosamente se dirigían, sin duda, a la playa. En un momento dado observó con angustia que no sabía donde estaba. Volvió sobre sus pasos, tropezando esta vez con la gente, entre la que pasaba inadvertida. Deseó fervientemente que en casa la hubieran echado de menos y que alguien fuera en su busca. Sentía horror de verse perdida.
Finalmente, tras un rato interminable, la mayor de las hermanas apareció al final de la calle, como un ángel salvador para conducirla de nuevo a casa, donde tuvo que soportar los reproches y veladas amenazas de la madre. Aquella experiencia la dejó traumatizada y decidió que no volvería a ocurrir.
En ese momento el teléfono sonó y oyó a la madre hablando con alguien a quien daba instrucciones para los días que durará la ausencia. Supo que hablaban de ella.
Se quedó de piedra cuando observó cómo llenaba su tolva de pienso y el bebedero del agua.
Y tras la puerta quedaban tan sólo sus maullidos lastimeros, mientras el rugido del motor, perdiéndose en la distancia, rompía el silencio de la mañana.


LEER
José Luis
¡Qué bonito es leer un libro! Aunque yo tengo un defecto, me gusta más escribir. Leo poco porque no puedo pasar las páginas y no tengo a nadie que las pase por mí. Tengo un amigo, escritor, que me dice que escribo bien, pero que escribiría mejor si leyese más. He aprendido a escribir viendo las telenovelas. No es tan difícil hacer hablar a dos personajes. En las telenovelas no dicen gran cosa, símiamor, nomiamor, y así. Hay que leer para que tus personajes digan otra cosa. Por eso quiero estudiar, pero tengo el mismo problema que para leer, no puedo hacerlo sin asistentes. Un día mi padre me echó en cara que no tenía voluntad. Así se quitaba él de encima responsabilidades por mis fracasos y me las pasaba todas a mí. Mi padre decía que un compañero mío, Vicente, que vive en su pueblo, tenía más voluntad que yo. Vicente consiguió hacerse una vida vendiendo lotería. Pero yo no puedo tampoco hacer eso. El padre de Vicente vive ahora en una residencia. Yo nunca hubiera metido a mis padres en una residencia. A mí lo que me gustaría sería vivir solo en mi casa, y me pregunto si algún día podré cumplir mi sueño. Hubo una época de mi vida que nunca olvidaré: era feliz, vivía en casa de mis padres. Era feliz incluso cuando me quedaba en la cama esperando que mi madre viniese de hacer la compra para levantarme. Me gustaría tener una casa para vivir porque aquí no tengo más que frío en el alma. Me gustaría un poco de calor humano, eso mismo que a Vicente nunca le ha faltado en su pueblo.

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