Sentada del 31 de julio de 2008

CARTA DE AMOR
Carmen
Querida Avelina:
No sé como comenzar esta carta. Hemos llegado hace apenas un año a la residencia y veo que no es usted como la mayoría de los vejetes cascados que estamos en este cementerio para elefantes agónicos. Me sorprende verla siempre pintadita y vestida con algún color luminoso: rojo, malva, azul turquesa. La mayoría nos quejamos de reuma, de asma, pero usted nunca tiene pena a pesar de su patita algo coja por la incipiente flebitis. Nunca deja el petit point, no descuida sus hermosas macetas y alimenta al lindo canario que veo desde mi ventana. En fin, no sé como seguir… pero vamos al grano... Desde muchos días atrás vengo siguiéndola. Hemos hablado poco pero no hago sino pensar en usted. No puedo probar bocado si no la estoy mirando. Desde que hace 7 años me divorcié porque mi mujer halló un compañero de trabajo en Hacienda que le gustaba más que servidor y casi los atrapo en la cama. Pensaba que no volvería a creer en el amor. Admiro sus ojos verdes y lo bien que cuida sus manos de pianista, que la veo frotar con crema alguna vez. Por favor, ayúdeme, estoy muy solo y ni siquiera mi afición a la fotografía consigue animarme. Yo la amo, Avelina. Si quieres, amiga mía, podríamos empezar sentándonos en igual mesa del comedor para mejor conocernos. Mis dos hijos están uno casado y otro soltero, pero me ha costado mucho trabajo que me dejaran venir aquí. Casi se quedan con mi cuenta corriente. Pleiteamos y alegué que debía pagar este refugio. Me habían cambiado el nombre de la cuenta, ¡cabrones! En fin, con mi jubilación de secretario de ayuntamiento pequeño, cantidad que puedo manejar por haber ganado el pleito, iríamos tirando, más tu poco de viudedad. Qué bien bailabas en nuestra anodina fiesta de Navidad. Si quieres, hasta podremos ir a Mallorca o Altea con el IMSERSO y allí bailar a nuestro antojo. Tengo un pequeño seguro de vida que pude mantener en secreto. No me abandones, amor mío, quizás hasta podríamos hacernos con un pisito, lo justo para ti y para mí. Cariño, dame por lo que más quieras una segunda oportunidad para alcanzar el cielo en esta cochina vida, porque el cielo está aquí abajito. De lo que dice el capellán de la resi me fío poco. Nadie ha vuelto para ser corresponsal. El cielo debemos buscarlo entre tú, mi ángel de rescate, y yo, pobre náufrago perdido. Dame por lo que más aprecies tu respuesta. Si es no, me resignaré. Pero dame al menos tu amistad. Tuyo para siempre
Adolfo Álvarez.



TORTURAS
Conchi
Las peores torturas me las invento yo, en forma de miedos, de preocupaciones. Por ejemplo, cuando pienso en la muerte. Ahora mi habitación se está convirtiendo en una jaula, porque a las cuidadoras les ha llegado una nota que dispone que los residentes tenemos que estar en la habitación a las diez y media. Esto es peor que un castigo, es una tortura, porque ahora viene el buen tiempo y todos necesitamos salir al fresco a sanear nuestros pulmones. Estar en la habitación a las diez y media no es justo ni terapéutico, que se les llena la boca con eso de la terapéutica. Pero las cuidadoras estarán más tranquilas, comiendo pipas con el culo sentado en la silla. Y el residente, jodido. Creo que nos tendrían que dar más cuartelillo. Pero no necesito de ayudas, yo me sé torturar bastante bien. Estoy llena de miedos y preocupaciones. Pensar en la muerte me hace temblar. Pero pensar que le pueda ocurrir algo a mi madre me oprime tanto que la cabeza termina por darme vueltas y tengo vértigos. A ella, a mi madre, nunca se lo digo. Esto sí que es una prisión dura. Los miedos son todavía más mortales que los horarios que nos ponen para hacer pis o caca. Luchar contra el destino inevitable es más opresivo. Se está más solo contra el destino que cuando tratas de luchar porque los horarios sean más flexibles y por hacer pis cuando uno lo quiera o lo pida, como todo el mundo. Comprendo que somos muchos residentes y pocos cuidadores, y a todos no nos pueden dar gusto al mismo tiempo. Lo comprendo y termino resignándome a muchas cosas. Pero cuando tengo miedo, y lo tengo a menudo, no hay resignación que valga.



LA VIDA MISMA
Rosa II
He soñado que se me aparecía mi marido y que me hablaba, animándome para que siga adelante.
Por eso tengo deseos de seguir para arriba por la vida y vuelvo a hacer lo que había dejado a un lado.
No es que se me aparezca mi marido. Tengo amigos, y la gente de aquí, del centro, que me están ayudando a seguir adelante, a vivir, a pesar de los reveses.
También surgen experiencias nuevas que me ayudan a tener más ganas y más ilusión.
Mi vida cambió tanto hace ya más de 10 años, me cambió por completo. Desde que estoy en estos centros del IMSERSO soy una persona y puedo integrarme con la gente de la calle, gente que no es como yo, gente buena, mala y regular.
Me voy con mi silla, con compañía o sin compañía. Me voy al cine, a tomar algodón a la feria. Me siento como una ciudadana más del barrio, soy una más.
Ya no soy el bicho que era antes, que así me sentía, porque no puede ser que por ser una minusválida tengas que estar escondida en un rincón, encerrada.
Fue una gran amiga mía quien me abrió los ojos y las puertas del mundo. Fue como, o más, que mi madre. Me enseño a luchar, a valerme e integrarme en la vida.
Y así hice, me quité el caparazón de la minusvalía y soy una persona normal que hacer todo lo que puede por sí misma. Y que me casé y que perdí a mi marido y que sigo adelante.
Y esta es mi vida. Si me lo dicen hace diez años ni yo misma me lo hubiera creído.


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