Sentada del 5 de junio de 2008

DE PELÍCULA
MariMar y adredista 0
Las películas que me pone Gerardo y me gustan me hacen llorar, pero lo que de verdad me entristece es que mi familia, más en concreto, mis padres, no venga a verme tanto como mi soledad necesita. Cuando algún familiar, mi hermano, mis hermanas o mis padres, se dejan caer por aquí, el día se me hace más corto y no me siento tan abandonada. Mi madre viene casi todos los martes. Cuando no viene y no sé por qué ha faltado, termino llorando. Pero lo peor son mis hermanos, que los hecho en falta siempre y vienen muy poco, que si viven lejos, que si los niños están malos, siempre tienen alguna disculpa para no venir. Hoy espero a mi hermano, es lunes, hace bueno, me gustaría pasear por el parque, pero esperaré, llegará la hora, no vendrá y me entristeceré hasta el infinito. Me avisan si no vienen, pero aún así me pongo muy triste. Ellos se ponen más tristes que yo cuando me ven llorar, pero no puedo evitarlo. Al día siguiente me vienen a ver porque se encuentran preocupados y yo siento que los chantajeo con mis lloros. Pero me siento sola y la soledad es muy penosa. Yo creo que no hay solución a mi problema. ¿Sería la solución que yo no me quejara? No, porque yo no es que me queje, sencillamente siento el abandono y sufro el abandono.


EL ÉXITO
Rosa y adredista 0
La vida no le ha enseñado a perder. A Charles Looking sólo le enseñó a hacer el mal.
–Sobrevivir en Hollywood es aprender todas las malas artes de la guerra –me espetó al entrar en su mansión.
–La guerra no tiene buenas artes, amigo –contesté yo. por decir algo.
–Yo no soy su amigo.
Así fue el comienzo de la entrevista. Charles Looking no tiene necesidad de caer bien, el poder está por encima de esas incomodidades.
–Se le acusa de prohibir la replica incluso a sus compañeras de reparto.
–Charles Looking no es responsable de la mediocridad de las actrices con que a veces comparte créditos.
–Hay actores que se niegan a trabajar con usted.
–El único que pone vetos en Hollywood es Charles Looking. No tengo fama de ser un chico bueno, no necesito defenderme ni de las malas críticas, yo soy el éxito como soy.
Son sus papeles de campeón de los oprimidos y humillados, curiosamente, el éxito de personajes como el minero rebelde de La ley o el sindicato o el soldado crítico y solidario de Saigón perdido o, sobre todo, el espía que se infiltra en el PC chino de La puerta cerrada, que han sido vistos por tantos espectadores en el mundo y han cosechado tantos premios que permiten al actor hacer hoy por hoy lo que se le antoja.
–Para construir mis personajes observo a los desgraciados que me rodean, un desgraciado en un pozo de emociones que yo aprendo. Los desgraciados no tienen que acabarse nunca, yo procuro que así sea con todas mis fuerzas.
–¿Nunca construye sus personajes a partir de las propias emociones?
–Una vida de éxito interesa par vivirla e interesa a las revistas para cultivar la envidia social. Como espectáculo cinematográfico no funciona. En la pantalla, si no hay buenos, los malos no tienen sentido. Y los buenos, si son desgraciados, son mucho más buenos. Los malos son felices y los buenos son estúpidos, ¿cómo te lo explicas? Si yo construyera mis personajes a partir de mis emociones no serían creíbles, pues yo soy un hombre feliz.
–Sus ex lo acusan de malos tratos.
–Lo hacen para sacarme un buen pellizco en la sentencia de divorcio.
–También ha sido acusado por su hija de abusos sexuales.
-Hay muchas mujeres esperándome más apetecibles y más guapas que ella. Quedó demostrado que padecía el Síndrome de Memoria Inventada.
Nunca hasta ayer había entrevistado a un tipo tan seguro de sí mismo, tan cínico y tan cruel. Y que no tenga necesidad de disimularlo, que es lo que más miedo produce. Charles Looking no tiene igual entre los actores de Hollywood. Solo un tipo como el presidente de EEUU puede estar tan desconectado de la realidad, ser tan cínico y, sobre todo, tan malo. Hay que tener la conciencia muy limpia para aguantar la mirada de este hombre. Yo tuve que agachar los ojos en cada uno de los sucesivos desafíos que me lanzara Charles Looking en el tiempo de la entrevista. Por sus ojos mira Satanás, sin duda, y no es tan fácil aguantarle la mirada al mismísimo demonio.


PERPLEJIDAD
Carmen
Ana y Carlos se habían conocido en una colonia de cojos.
Ana era apocada y comodona, nunca hubiera pensado que esta vida está llena de tropiezos y dificultades. Sus padres no querían que tuviera apreturas económicas en el futuro y ahorraban para ella. Ana lo sabía y andaba triste, pensando en sus padres ya muy enfermos.
Carlos, sin embargo, había nacido de pie. Hijo de un constructor, le habían visitado siempre los mejores médicos, siempre había conseguido lo que quería y se enamoraba de todas las asistentas de su casa.
Un día planteó Carlos en casa que estaba muy enamorado, que deseaba tomar relaciones con Anita, quien le había contado todas sus penas.
–Yo te ayudaré –dijo Carlos–. Yo te amo y puedes disponer de mi dinero tanto como yo.
–No sé –dijo Anita–. Y si luego no nos entendemos, ¿qué hago yo sin paga? Si tú y yo no llegamos a buen puerto, yo me quedo a la intemperie y tú lo tienes todo en tu mano. No estoy segura de nada.
Un día, en el cine, Ana había ido con su amiga Elena que era más alegre y decidida, Carlos y Elena habían hablado unos minutos con tal entusiasmo que pasó de todo.
A los pocos días Carlos llamó a Anita y le dijo:
–Estoy harto de todas tus dudas. Como no te decides, me parece que no pierdo más el tiempo. Me gusta más tu amiga Elena, es más lanzada


UN PÍCARO POR SANTIAGO
Laura y adredista 6

En el año del Señor de mil novecientos ochenta y tantos, mientras viajaba por Galicia, llegué al cruce de dos carreteras donde había una desviación por obras. Ahora que estoy haciendo trabajo de memoria, veo claramente que esas obras debieron ser obras del Apóstol, y no unas meras obras de tráfico. Debido a eso, en lugar de –por ejemplo– llegar con tiempo para ver el famoso meneo del botafumeiro, ese camino de desviación, en mis recuerdos, hace que el Seat 127 blanco, se menée más de la cuenta, y muy pronto aterrice en Corcubión, viendo preocupada las fumarolas que salen del capó de mi automóvil. Me bajo a toda prisa para buscar un mecánico que sepa arreglar los coches y sepa cobrar, que viene siendo la mejor combinación para un mecánico: que sea que bajo el mismo techo de su casa vive él la feliz combinación de apreciar la tranquilidad de su conciencia, y no temer a su mujer; cuando en eso empieza a caer una llovizna de esas que pueden remediar cualquier calentamiento, que si se tiene en lo profundo del motor que la impulsa a una, no es tan fácil como desarropar un poco el asunto y dejar que el aire fresco haga volver a su cauce las temperaturas. Acusaba yo también el aturdimiento que produce el meneo de un camino lleno de curvas y quizá también por eso no recuerde la fisonomía del pueblo, aunque volví muchas veces, ni a qué horas regresé a la Coruña, donde vivía, frente al Sanatorio Modelo. En todo esto se ve algo así como la mano del Apóstol, porque de la nada, me parece que surgió, con su mismo transfigurado nombre, Jacobo; que se ocupó de señalarme las desviaciones y cauces sin retorno del camino, como para no perderme ninguno. Todavía puedo recordar que era incansable. Algo debe haber tenido de apóstol: como los guardianes de la devoción, ejercía su oficio también los fines de semana, que era cuando yo lo visitaba. Me sedujo, de seguro, su manera fácil de levantarme el capó del 127, y el de su inteligencia, pues de buenas a regulares me vi ayudándolo con su trabajo, al pendiente sólo de sus necesidades. A él nunca le fatigaban las curvas del camino, pues era yo quien conducía con frecuencia a Corcubión, donde Jacobo vivía y trabajaba. Del volante del Seat, daba yo un salto para ayudarle con su instrumental mecánico. Una mecánica delicada, que requería conocimientos especializados y años de estudio. Así lo consideraba yo, y por eso le ayudaba en las autopsias, que es la única rama de la medicina en la que el paciente no puede empeorar. Compartíamos su lecho, sobre el cual, sin consigna y en menos que se reza un jacoamén nos rendía el agotamiento y no despertábamos hasta el día siguiente. Digo jacoamén, porque este Jacobo, no debía de ser precisamente una encarnación transfigurada de su homónimo apóstol, ese sí, dueño y señor de las prisas santi-amenes que algún canon estarán ya reportando a su parroquia. No, este Jacobo no se parecía en nada a su tocayo apóstol, que de una Era de cristianas alianzas, vino a dar de soplatierra (como diciendo: de culo), a una de turbulencias y trasvases en plena era de Acuario. En ello no hay contradicción, pero este otro apóstol de la Nueva Era agarró las de Lázaro, no el de la resurrección, sino el de Tormes, que primero fue aguador, y sería por eso que me bautizó con el agua helada de su súbita partida e ingratitud, sin avisarme; y, después, también como Lázaro de Tormes, para sentar cabeza, asumió definitivamente sus aspiraciones de estabilidad social. Para hacerlo, este homónimo del apóstol asumió sus preferencias de género: algo que sentí que iba más en contra mía, que contra la inocente natura, que greenpeace la tenga en su eterno verdor. Como Lázaro de Tormes, discípulo involuntario del ciego que le abrió con violencia el entendimiento, éste, más moderno, también me forzó a mirar por otros rumbos. Entre otros, cambié el Seat por un novísimo Ford Fiesta y así dejaron de preocuparme los calentamientos del motor.
Cuando me amainó el peregrinaje de este Xacobeo, recobré la calma y la fortaleza de ánimo que me iban a ser tan necesarias cuando hubo de manifestárseme la enfermedad, que me asaltó con el sigilo igual de un Lázaro que asalta la alacena, después de no haber comido ni cenado, larguísimos días y noches.

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