Violencia degenerada

Laura y adredista 6
Cyrana llevaba siempre el sueño atrasado por tantas noches de desvelo en la unidad de urgencias. Allí, las mascarillas quirúrgicas eran el único atenuante a su extremada agudeza olfativa. Con resignación toleraba algunos antisépticos y cuando sospechaba que pudiera desprenderse un olor repelente desde la mesa de operaciones al abrirse las cavidades de los pacientes, su mente, o más bien, su nariz, se ponía en blanco y dejaba de percibir los olores. Ese mismo mecanismo es el que había puesto en práctica cincuenta y dos veces al año, más fiestas de guardar, y botellones imprevistos, para soportar el olor que despedía de la boca y cuerpo de su marido, y para salvar su matrimonio y su familia. Ahora, los hijos eran mayores, y el olor del borracho le resultaba cada vez más insoportable. Decidió dejar de hacer ese esfuerzo extraordinario por salvar a su familia y trató otros remedios: adquirió una mascarilla que además protegía de la luz de la farola que se filtraba por las cortinas de su habitación. Sus noches empezaron a cobrar tranquilidad al tiempo que el extraño maloliente que solía roncar a su lado se volvía más agresivo ante la indiferencia de Cyrana. Ese día, despertó de un mal sueño en el que se veía con un cáncer de nariz que le había deformado el rostro. El tumor le había hecho perder el olfato pero los intensos dolores le hacían acudir inútilmente a las autoridades y a los medios informativos para intentar paliar su dolor por medio de la eutanasia. Despertó en medio de un violento acceso de estornudos y su nariz arrojó un dado que se le había metido en el tabique nasal desde que era muy pequeña, y por primera vez en su vida percibió con naturalidad los penetrantes olores de una resaca de los diablos y las axilas chirriantes de su marido.

No hay comentarios: