Tiempo I

Peva
El tiempo, nuestro tiempo, el tiempo de cada uno y cada una, no siempre parece tener las mismas horas para todos. A lo largo de mi vida, de la cual no se puede decir que haya sido muy corta, he tenido días la mar de cortos y otros ¡joder¡ que se me han hecho eternos. Que yo sepa, los días siempre han tenido las mismas horas, pero los míos, y digo los míos porque es de los que puedo hablar pues son los que mejor conozco, aunque sea de pasada, son lo mismito que un chicle, pero de marcas diferentes: este se alarga y alarga, que parece infinito como una condena, y el siguiente se acorta nada mas empezar a chupártelo. O sea, que la felicidad y la desgracia, o el aburrimiento, que viene a ser lo mismo, parecen los fabricantes del chicle de los días.
Yo siempre he sido feliz: ja, ni yo misma me lo puedo creer ya. Vamos, que si fuera PINOCHO, ahora mismo me llegaría mi grandísima narizota hasta la pantalla del ordenador. Mi descomunal apéndice me lo taparía todo y me haría derramar lagrimas de impotencia que se colarían por mi teclado como un virus de esos que bloquean la red, que dicen que son muy malos, tanto que hasta te roban tu tiempo precioso, que, si lo miras bien, ya no tienes otra cosa. ¡Pues se acabó eso de repetir esta chorrada de que soy feliz!
Vamos a ver, cuando yo era mucho mas joven que ahora, hace mucho, mucho tiempo, mi vida era muchísimo mas fácil porque mi cuerpo era más ágil, más flexible y, por supuesto, más dinámico. En una palabra, hacia más en menos tiempo. Esto es la juventud, correr y correr. La juventud envolvía todo mi cuerpo con una especie de fuerza que me movilizaba sin dificultad. Sin embargo, ahora todo se me ha puesto un poco mas difícil y, aunque me repito y me repito que es normal que así sea, no deja de ser una gran putada, pero es así, una gran putada. Todavía oigo a mi madre repetir y repetir aquello de ¡Hija, no me da tiempo a nada¡, como si la estuviera viendo. Qué razón tenía, ahora me ocurre a mí lo mismo. Y me he acostumbrado a hacer las cosas más interesantes deprisa y corriendo, sobre todo las más interesantes, como hablar con los amigos, que tanto me atropello en la pronunciación que ya ninguno me entiende. El caso es que la vida se nos acaba por momentos a los que ya no somos jóvenes. Y los momentos, cuando se van, no acostumbran a volver. Por eso que yo agarro la vida por los cuernos y, a ser posible, procuro que el toro no me descabalgue, o desmonte o desloquesea, porque el toro de la vida te puede cornear y pierdes la batalla, o sea, la vida, y entonces sí que te quedas sin tiempo. Después de muerta, ya no hay nada interesante. Esta es la mejor razón, si ya no tienes otra, para aprovechar el tiempo, el instante, el tiempo que tenemos, el ahora mismo, y no dejarlo escapar como agua entre los dedos y tener que repetir lo de mi madre: ¡hija, no me da tiempo a nada¡

No hay comentarios: