Símbolo de pureza

Carmen
El cura de aquella residencia de Ávila era un viejales bajito y sorderas, más bien bonachón, pero maniático donde los haya. Muy pintoresco, el padre Armando. Como el director de la residencia era un meapilas, psicólogo y profe de curas y militares, aparte de otros muchos cargos, pues había que ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar. Los toros sentados le llamábamos el “pichicólogo”, pues se decía también experto en relaciones sexuales. El padre Armando advertía a menudo: –A mí habladme alto, que estoy un poco teniente. Pues resulta que llegó el día de la Inmaculada y, como es sabido, en esta fiesta tocaba vestir al cura con la casulla blanca para decir la misa. Algo había ocurrido para que esta casulla estuviese sucia, impresentable. Creo que una monja había derramado el vino sobre ella, algo así. Hubo que vestir al P. Armando con una improvisada casulla verde. Pobre vejete, se sentía cometiendo el mayor sacrilegio, vestido de verde el día grande de la virgen. Jamás en mi vida he oído tantos lamentos, jamás he vuelto a ver una cara tan consternada. Empezó su homilía por el símbolo, o sea, que el símbolo no era puro, o sea, que el blanco estaba sucio, que la casulla blanca estaba sucia, una tragedia, el símbolo de la pureza de María hecho un asco. Y, claro, al no haber símbolo, ¿como explicar la pureza? Porque la pureza no es verde, nada que ver. Verde es el Espíritu Santo, decía, pero la virgen es blanca. Así terminaba sus argumentos, la pureza es blanca, como 25 veces en media hora repitió lo mismo, cada vez con más lamento y pena, ¡qué plomazo! Al terminar la ceremonia le regalamos unas medallas de plata, y la ofrenda pareció calmarle un poco. Decía –Gústame, gústame esto, gústame mucho esto. Pero, una vez limpio el cáliz, cuando se recogía para quitarse los ornamentos en la sacristía, al pie del altar y por si no había quedado bastante diáfano el asunto en su aburridísimo sermón, volvió a sacar el tema. –Claro, ¿cómo vas a explicar la pureza si falta el símbolo? –decía moviendo la camocha con pesadumbre. Ni la novia más cursi del mundo sufre tanto por una mancha en el vestido el día de la boda como lloró aquella funesta mañana el P. Armando. Claro que el símbolo es mucho símbolo. Y tanto, P. Armando, como que, sin símbolo, no habría siquiera religión. Sin dios puede haber religión, pero no sin símbolo. De risa fue la misa.

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