Sapos y culebras

Auxibio
Cuando los sapos y las culebras se aparean en primavera, las mujeres paren. La estación primaveral se satura de flores y el deseo eclosiona. Rigoberta trajo a su memoria los recuerdos del río Duero. En sus aguas veía cohabitar a los batracios y a las culebras sacar su lengua bífida. El croar junto al río presagiaba la tormenta y los niños corrían a guarecerse.
Justo al nacer el río, su pequeño y gélido caudal se veía secuestrado por las ninfas y Rigoberta se sentía transportada por el frío. A lo lejos ya se sentían los relámpagos y truenos que anunciarían a los pastizales la inminencia de la lluvia. El cauce del río también se vería pletórico y sus rápidos cobrarían vida.
Rigoberta recogió unas flores para poner en su sombrero. El viento del poniente se las arrebató y volaron en un remolino tirado por Eolo. Su pulcritud se vio comprometida.
Los palacios herbóreos formaban con platitud cuatro guirnaldas de rosas que invitaban a los doce niños. La casa de Rigoberta era un palacio donde se trababan las parentelas en medio del yermo y donde las brujas aterrorizaban a los niños. Los frágiles nidos de los mirlos ya ofrecían poco refugio a sus moradores cuando el sol apareció de pronto. Los niños reanudaron sus juegos y el olor de la tierra mojada estimulaba sus sentidos. Llevaban dos pelotas que lanzaban interminablemente a los charcos.
A lo lejos vieron las luces de la casa que indicaban la llegada de la oscuridad y de la cena. Recogieron de prisa sus juguetes y acudieron al llamado de la madre. Al llegar a la casa en medio de la noche encontraron escenas de hacía setenta años que intentaban resurgir en sus recuerdos.

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