Mis primeros pasos

Peva
Peva, que como sabe todo el mundo, soy yo, se dispone a entrar en el mundo de los ordenadores.¡¡¡No me lo puedo creer!!! Ya sé que estaba tardando, pero tengo cierto respeto a lo desconocido y estos artilugios siempre me han dado un poco de reparo. No sé por qué, pero así es la vida. Ese mismo respeto hace que me cueste aprender a manejarlos, pero nada es imposible y empiezo a hacer buenas migas con este ultima generación. Cuando aprenda a manejarlo bien, nada bueno quedará en el mundo que se me resista. Casi nada, pues hay una cosa, manejar el amor, o sea, a un hombre, que ya no tiene remedio y además es imposible. Es mejor dejarlo pasar, porque sabes que te puede arruinar la vida, lo cual sería una pena porque tan solo dispongo de una. No es un buen negocio que se desperdicie la única vida que tenemos en lamentaciones. Es una manía que sólo conduce a una de esas depresiones, tan de moda, para no levantar cabeza en un año o más. Y un año con la cabeza gacha, sin poder mirar al cielo, lo bonito que está, aunque también tiene sus días malos, no es buen negocio. Porque el cielo tiene una cosa buena, el gran misterio de su enorme masa. Esto es lo que lo hace la mar de interesante para nosotros, los piraos terrícolas, que tenemos la manía de mirar al cielo diáfano y decir bello a ese arrimadero de polvo y materia orgánica y ¡por qué no! de algún extraterrestre colgao con ganas de marcha, que seguro que los hay, más manejables que un hombre y ¡quizá! más cerca de lo que yo creo, pululando a mi alrededor y también con miedo a una relación más intima, que sabido es en el cielo y por ahí que los terrícolas estamos medio piraos. Sólo le pediría a ese ser de otro mundo que, si aparece ante mí, lo haga con buenos modales, porque si lo veo y no se parece en nada a un indígena de aquí lo mismo me da un infarto. Espero que sea inteligente este ser de otras galaxias y tenga la atención de enseñar la patita, antes, para saber una de qué va, que ET se le apareció al chaval de la película tan de sopetón que al pobre le faltó poco para palmarla. Al niño le salvó la imaginación, lo que espero que me salve a mí, porque hay que tener mucha imaginación para alcanzar el cielo y tenerlo en la mano, como lo tuvo la Cenicienta. Sobre todo, hay que echar mano de la imaginación cuando, al llegar la media noche, a la chica se le desvanecen los caballos blancos como la nieve y la linda carroza para convertirse en lo que siempre fueron, una pobretona calabaza y unas asquerosas ratas de vertedero, dicho sea con todos mis respetos, aunque los cuentos los escribimos como nos da la real gana y nadie protesta en ellos. Es por lo que me gusta tanto escribir, porque el papel aguanta todo sin mosquearse. Sólo yo me puedo mosquear y, cuando escribo algo que no me gusta, le doy al botón y directamente a la papelera de reciclaje ¡qué invento, tú! Cuando aprenda también a darle al botón de imprimir y salga escrito en el papel lo que sí me gustó, ese día es que ya me corro. Porque a mí lo que me encanta es esto de escribir, no los aparatos. Bueno, depende cuáles.

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