La muñeca viva

Fonso
Muy cerca de Manchester, en el bosque de Headwind, en una pequeña cabaña de mal aspecto, vivía una mujer que bien puede decirse que era bruja, pues todavía hoy hace pócimas y hechizos. Había curado a mucha gente, y leía las cartas y las manos y adivinaba el futuro.
Esta mujer tenía una muñeca que conservaba como recuerdo de su infancia. Nunca había apreciado a esa muñeca, ni cuando era niña. Sin embargo, nunca se atrevió a desprenderse de ella. La hechizaba de tal manera su muñeca que llegó a pensar si no estaría viva. Algo tenía, desde luego, que la molestaba e intrigaba.
Un día acertó a pasar junto a la casa un futbolista, recién retirado del Manchester. Paseaba por el busque con su hija de nueve años, que vio por la ventana la muñeca pelirroja, con su falda negra tan fea y un chaleco, y se quedó prendada. La vieja apreció que la expresión de la muñeca había cambiado a más siniestra al ver a la niña y advirtió al padre de su inquietud.
Pero el padre estaba divorciado y no podía negar ningún capricho a su hija. La bruja terminó accediendo a vender la muñeca, un poco porque no la tenía ningún cariño y otro poco porque aquella niña era muy caprichosa y se merecía lo que la muñeca pudiera a hacerle. Además, necesitaba una bola de cristal para sus predicciones y el futbolista pagaría bien el antojo de la cría.
Y así fue, el padre pagó sin regatear lo que pidió la vieja y cogió por fin la muñeca en sus manos, pero de inmediato se la entregó a su hija. –Espero que sepas cuidarla, le dijo. Y no dijo más.
Por la tarde, ya en su casa, la niña jugaba a las enfermeras con su buena amiga Lesly y con la muñeca recién comprada, tan pelirroja y tan fea. A las dos les gustaba mucho y se reían de ella. Y se les hizo un poco tarde jugando. Empezaba a oscurecer, a Lesly le daba miedo ir sola a casa. Entonces Mery, que así se llamaba la hija del futbolista, le pidió a su padre que las acompañase hasta la casa de la amiguita, que no estaba lejos.
Aceptó el padre complacido. Pero la hija y su amiga, al llegar a la casa de esta, continuaron jugando a las muñecas. Lesly tenía una casita de muñecas muy cursi y allí querían que se instalase la fea muñeca de la falda negra. Los padres de Lesly y el padre de Mery se alarmaron cuando el silencio en la habitación de la niña se hizo muy prolongado.
Pero al abrir la puerta, descubrieron alarmados que las niñas no estaban. Lo único que allí había, entre los juguetes, era una horrible muñeca pelirroja, con falda negra y chaleco, que miraba, sentada en el suelo de la habitación y con una sonrisa muy alegre en su siniestro rostro, cómo dos muñequitas diminutas, en un rincón que sólo ella podía ver, se desgañitaban y agitaban los brazos para llamar la atención de sus padres. Pero lo adultos estaban muy preocupados para reparar en muñecas, ahora que sus hijas habían desaparecido.

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