La última









Carmen



Ay, Nicolás de mis pecados, esta vida es una mierda, una caca de la vaca, y tu decidiste hacer la jugarreta de recortarla, sin corrección posible, de marcharte a medio camino, de no apechugar con el resto de ella. ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué te fugaste dejando a tus papys y a tus amiguetes con la eterna pregunta? ¿Dónde fallamos y qué debimos hacer, que no hicimos? ¿De quién huías y quién te daba miedo? ¿Cual era tu angustia? Nunca se lo dijiste a nadie. Muchas mozas te querían y no quisiste darte por enterado. Eras tan tierno que ni siquiera te dejabas amar ni pedías ternura, auque sí te dolió la muerte de un amigo, y te dolió algo también la partida de aquella novieta, tú y yo sabemos de qué hablo. Al locatis de Gaby le encantaría que tantas féminas guapas llorasen sobre su tumba. Pero él no se lo ha ganado como te lo ganaste tú. El muy ladino, empero, adivinó tu partida, te tenía envidia, seguro. Y yo, ¡¡¡palabrita del niño Jesús!!!, como diría Forges, que es la última vez que hago pucheros por ti. Se acabó, no escribiré más chorradas ni me lavaré mas los ojos por tu culpa ¡¡bandido!! Esta fue mi última oración fúnebre a ti dedicada, la tercera. Estabas en nuestra panda de gastatintas borroneros, pero no reparé en ti hasta verte en salud mental, en ese lugar detrás de Pza. España de Leganés, donde también di con mis huesos porque la repipi de la psicóloga de mi residencia se empeñó en que fuese allí para que los psiquiatras me atiborrasen de ansiolíticos para mi desgracia, que engordé y perdí las pocas fuerzas que me quedaban. Pero les enseñé mis borrones y mis chorradas escritas a aquellos matasanos y poco a poco me fueron licenciando, aunque nada aprendí de ellos sino el miedo a volver. A ti no te sirvió el truco de tus versos. Eras tan tímido que, al revés que a la menda, ni siquiera la escritura o la poesía te hizo alzar la voz. Pero tú me has dejado tan hecha una mierda que no sé ni lo que quiero decir. Solamente he hallado camino seguro y cierto dejando hablar a la tinta. Mi cuaderno sabe como me siento. Tal vez tu matasanos o matamentes no acertó contigo, porque tú ya sabes que los hay con una pinta molto rara. Tú lo sabías bien. Nunca supieron dar con la fuente de tu angustia, no atinaron con la dolencia de tu espíritu. Es curioso cómo muchos gastatintas poetas y escritores han acortado el camino tirando por la calle de en medio, como Violeta Parra, o Alfonsina Storni o tu Alejandra Pizarnik, que tanto te gustaba, o Larra o Espronceda, o Hemingway. Hemingway discutía en castellano con una de sus mujeres para mejor insultarse sin sentir vergüenza. Pero tú, como yo, no te atrevías a regañar a nadie. Y sin embargo dicen que a veces viene a huevo hacer eso, y gritar. Tal vez sea mejor ser un ignorante de la vida, como el hombre del cuento La camisa del hombre feliz, para no acabar volándote los sesos porque nadie te entiende. Decidiste valientemente escapar. Los locos de verdad, como Franco o Hitler o Buch, o tienen padrino para no acabar en el psiquiátrico o no son detectados a tiempo. Pero los cobardicas como tú y como yo, o somos miedosos y nos tememos lo peor de este mundo o no sabemos gritar o nunca nos entienden o gritamos a destiempo. Somos los hijos de Casandra, maldito mito de Casandra. Te pareces un poco a don Jesucristo, o al mismísimo Che Guevara, Nicolás, que tú también salvaste a varias chicas de la depresión, aunque nadie supo bajarte a ti de la cruz. No dieron con tu dolor. Descansa en paz de tus comecocos y fantasmas. ¡¡¡¡Ojalá que, como la sirenita que al perder la voz fue reciclada en estrella para aviso de navegantes perdidos, tú también seas nuestra polar, la estrella polar de tus amigos para encontrar el rumbo!!! (Aunque a mí estas cosas me parecen demasié bonitas para ser ciertas). Desde tu polvo, porfa, Nico, aunque no crea, ayúdame a ser menos vaga y menos comodona y menos gorda, ayúdame a buscar el rumbo, que ahora no lo tengo claro yo, tengo tantos fantasmas. Descansa en paz, amigo nuestro.

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