La gorda que nunca dejaba de comer

Conchi
–Hola, soy Rosa y estoy gorda.
–Hola, Rosa, te queremos. Estamos en tu misma situación.
–Yo antes era muy delgada y mi hermana Consuelo no dejaba de comer, pero de todo, bollos, dulces... se ponía unos platos de comida que no veas, hasta arriba, y yo la decía Joder, qué asco. Comer así te va a subir el azúcar. Te va a dar un infarto. Y ella seguía comiendo, y cuanto más se lo decía más comía. Le diagnosticaron diabetes de tipo 2 y tenía que inyectarse insulina tres veces al día, pero ella continuaba atiborrándose a comer, hasta que un día entró en coma y de ese coma no despertó nunca. Tenía dos hijos de 8 y 9 años y mi hermana Felisa y yo estábamos muy preocupadas por ellos, porque su padre había muerto cuatro años antes y ahora se quedaban huérfanos. Como le habíamos prometido a Consuelo que cuidaríamos de ellos, conseguimos la custodia y nos los llevamos a vivir con nosotras. Cuando venían por la tarde, eran la alegría de la casa, y por eso nos sentíamos muy felices. Pero a Felisa empezó a darle envidia de cómo comían los niños y no engordaban, porque hacían deporte. Ella se propuso hacer ejercicio, pero ya con los kilos que había cogido era imposible porque la pesaban mucho las piernas y el culo. Cada vez que intentaba coger un balón se sofocaba y tenía que parar, así que aprovechaba la pausa para comerse una bolsa bien grande de patatas fritas. Mientras veía las telenovelas no dejaba de comer cacahuetes y pistachos. Cuando se despertaba a las 4 de la mañana por una pesadilla iba a la nevera y se ponía a comer chorizo y jamón. Cada mañana, nada más levantarse se pesaba en la báscula y veía que cada vez estaba más gorda y más desesperada y se tiraba de los pelos y se empezaba a angustiar y, como lo único que le quitaba la angustia era el chocolate con porras, desayunaba 8 o 9 porras mojadas en chocolate bien espeso. Tenía mucha ilusión por la ropa de Pimkie pero ya no le entraba por mucho esfuerzo que hiciese, y le daba una vergüenza irse a las tallas grandes, porque ni siquiera le valía la ropa de premamá. Ahora sólo podía comprar en las tallas especiales de C&A. Un día se mareó, le entraron ganas de devolver y se cayó al suelo. Mis sobrinos la encontraron tirada lo larga que era en el baño y llamaron al 112 y se la llevaron al hospital Gregorio Marañón. Allí descubrieron que su corazón iba muy deprisa y le dijeron: “O adelgazas o la palmas” y ella no hizo ni caso y siguió comiendo. Los médicos le quitaban todo lo que engordaba y ella no abría la boca, pero la comida de régimen no le gustaba y me pedía a mí que la llevase provisiones. Yo no quería porque los médicos me habían dicho: “O su hermana adelgaza o le da un arrechucho”, y pensé: “No le traigo comida”, pero a todos los familiares de los otros pacientes que veía les daba dinero para que fuesen a comprarle cosas para comer. De todas formas ella decía: “Si me muero hoy será mi día, no me importa”, y yo le decía: “¿No ves que los niños te van a echar de menos?”, y ella: “Pues ya tienen quien les cuide: tú, Rosa”, y yo le decía: “Pues sí que me ha caído buena: tú, que no te quieres recuperar, y yo no puedo estar todos los días haciéndote estos mimos, porque también tengo que cuidar a los niños y hacer las cosas de la casa”. Y pagamos a una persona para que le hiciese compañía hasta que se pusiera buena o dejara de comer lo que no debía, pero eso era imposible porque no tenía fuerza de voluntad y cada vez comía más y más, hasta que ya estaba tan gorda que rompía las camillas y las camas y se cayó al suelo y le reventó el corazón. A mí me entró tanta ansiedad por haber perdido a mi hermana y tener que ocuparme de mis sobrinos que empecé a comer compulsivamente, pero me di cuenta de que al final eso no era bueno, porque acabaría como mis hermanas. Una vecina me recomendó que fuese a Naturhouse y allí me hicieron un estudio para ver lo que era más adecuado para mí y me dijeron: “Mira, tienes que comer de todo, fruta, verdura, una dieta equilibrada”, y cuando me midieron y me pesaron, dijo el médico: “Usted es muy guapa, estaría más ágil si adelgazara”, y lógicamente estuve una temporada adelgazando porque se me metió en la cabeza, pero me entró una depresión y empecé otra vez con la ansiedad. Volví a las andadas, pero mis sobrinos me convencieron de venir a Gordos Anónimos, a ver si solucionaba mi problema de una vez por todas, y por eso estoy aquí.

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