El niño que quería ser cantante

Mercedes
Se llamaba Iván y tenía unos cinco o seis años de edad cuando comenzó a dar la turra a su familia. Vivía con sus padres y sus dos hermanos en un piso sin pretensiones. Iván era el más pequeño de los hermanos, pero empezó a decir que él quería ser cantante cuando fuera mayor. Iván era un niño normal, incluso listo y despierto, pero lo que es voz, no tenía voz. Algún profesor decía que lo que le fallaba a Iván era el oído, pero el caso es que su voz sonaba fatal. Consiguió, sin embargo, que su padre lo matriculase en una academia de canto, para educarle esa voz. Su gran sueño era ese, cantar, pero era una quimera. Tenía una voz muy mala y, cantara lo que cantara, no ligaba una nota con otra. Pero tal era su afición, tanta ilusión le hacía subir a una tarima y meterse al público en el bolsillo, que no cejaba en su empeño por cantar. A pesar de tener esa voz tan espantosa y horrible, Iván era muy tenaz y constante, y ya podían decir sus padres lo que quisieran, que para él era como si oyese llover. Tenía unas que otras peleas con la familia, con los compañeros del colegio y con los amigos de la calle. Cuando jugaba con ellos, si Iván se empeñaba en cantar, discutían bastante. Le decían que estaba mal de la cabeza, pues ninguno se podía creer que fuera a cantar bien algún día. Iván era un luchador nato, sin embargo, nunca se daba por vencido. Por fin, un amigo de los padres les dio la mejor idea: “Lleváis a Iván a Praga, que allí hay una pedagogía de la música muy avanzada, y así descansáis también de él, y que se convenza por sí mismo”. Así se hizo. Iván le dijo a su maestro checo, que se llamaba David, que lo único que él quería era aprender a cantar como los propios ángeles, y que quería empezar ya. El maestro David le daba clase a Iván en un pequeño estudio, todas las tardes durante muchas horas, pero no todas cantando. Trabajó y trabajó durante mucho tiempo, pero Iván no se desanimaba. Pasaron tres años y no mejoraba gran cosa su voz. O su oído, que el maestro David tampoco sabía qué podía ser peor. Pero era tal la voluntad del discípulo por aprender, que hasta el maestro estaba conmovido. Se le ocurrió un día comenzar a ensayar con él la obra 4'33'', de John Cage. Qué cambio en Iván, el profesor había dado en la diana. Esta obra le exige al ejecutante permanecer en silencio durante cuatro minutos y treinta y tres segundos, sólo eso. Así fue como aquel profesor consiguió hacer de Iván un virtuoso de la música y del canto. En realidad, del silencio, pero no hay otro como Iván en este campo. Por fin había triunfado. Ha cantado 4'33'' por todo el mundo, hasta en la Scala de Milán.

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