El mentiroso

Conchi
Conozco a Miguel desde niño. Siempre estaba contando mentiras. Un día le pasó algo raro. Le dispararon un tiro de perdigones en el culo, con lo que eso pica. Ocurrió en el monte. Estuvo huyendo de su agresor durante toda la noche, muerto de miedo. Se tropezó con los lobos y tuvo que subirse a una encina porque se lo querían cenar, sangrando como iba. Allí se pasó el resto de la noche y parte del siguiente día, dando patadas a las fieras que conseguían subir a las ramas más bajas, hasta que los lobos se aburrieron y se largaron. Miguel no se lo podía creer, que siguiese vivo después de semejante pesadilla. Bajó con precaución de la encina, tenía los pantalones rasgados. Pero después de casi un día sin comer y habiendo sangrado tanto, estaba medio muerto de hambre y de sed. Se pone a caminar y se le acerca, de pronto, una señora que Miguel no puede imaginar de dónde habrá salir. –Si tienes hambre –le dice- puedes seguirme. Y la señora comienza a bajar hasta el río. Cuando llegan a la orilla, la señora, una treintañona de pelo rubio, con chaquetita verde de algodón y mallas ajustadas a sus espectaculares piernas, comienza a sacar truchas del río, que han picado en anzuelos que previamente dejara sumergidos. La señora hace fuego entre unas peñas, espeta las truchas y las asa lentamente dando vueltas al palo, como sardinas. Miguel se pone ciego. Antes ha bebido mucho agua del río y la señora ha reconocido su culo y sus heridas. El culo de Miguel está para morder, piensa la señora, mientras soplaba sobre las heridas cada vez que le extraía un perdigón con sus pinzas del pelo. A su lado, Miguel ya ha perdido el miedo y está a punto de perder el control. Pero no es necesario, porque es la señora la que se desnuda y comienza a meterle mano. Aquello es una orgía, ya os podéis imaginar. Cuando se cansan, la señora le indica a Miguel el camino de regreso al pueblo, pues estaba perdido. –¿Y tú quién eres?, le pregunta Miguel a la señora. –Yo soy la que te ha follado, y espero que guardes buen recuerdo. Y no dijo más y nada más supo de ella Miguel.
Pero los verdaderos problemas le vinieron a Miguel después, cuando se puso a contarnos esta historia a los amigos. –Esa perdigonada son las señales de una culada entre las zarzas, dijo uno. –Y te has follado a la vaca del tío Ignacio, seguro, tiempo te ha dado durante toda la noche, dijo otro. –Y los lobos, seguro que fuero los perros del jatero, que te han corrido hasta el río por tirarte a la vaca –dijo un tercero. Ya solo faltaba que se lo dijésemos al tío Ignacio para que se repitiese lo de la perdigonada, si es que la primera no había sido mentira, y vuelta a empezar.

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